A veces vuelve la sensación de andar en la cuerda floja, de una estabilidad siempre demasiado precaria, de sentirme abrumada por tener que tomar una decisión en apariencia chiquita, de no saber andar sin trastabillar a cada paso.
Cuando vuelve, es extranyo. Por un lado, es volver a casa, es reconocerme perfectamente, una imagen de mí misma que me sé de memoria: la que no puede, la que no alcanza, la que no da más de sí y se pierde en un mar de inseguridades y angustias que la tapan la boca, asfixiantes. Por otro lado, es desesperante, es observar entre incrédulos y resignados cómo vuelvo siempre al punto de partida, cómo crezco para tres semanas más tarde hacerme pequenya de nuevo, insignificante.
Los cambios que en principio deberían ser para bien, me aterran y paralizan. Miro a las cuatro paredes literales que componen mi actual casa y sé que no son un hogar, que nunca podrán serlo, y a partir de ahí una pensaría que cambiar de cuatro paredes sería una decisión acertada... pero el cambio me quita el aire, y más ahora que es casi inminente. Quiero irme a una isla y volver con los cambios hechos, si es que éstos son necesarios realmente, porque el proceso me puede. Preferiría incluso irme al edificio de paredes blancas y olor a alcohol, o meterme en una burbuja de las que soplan los ninyos, pompa de jabón, y que alguien la explotara cuando todo estuviera resuelto. Pero no, y hay decisiones que tomar, compras que hacer, cambios, cambios... y yo no llego.
Y cuando no llego, cuando el aire se me escapa y la angustia vuelve, trae de la mano antiguos pensamientos que parece que estén siempre agazapados, esperando el momento adecuado para volver a pasearse a sus anchas por mi cabecita loca.
Y me encuentro con el NO PUEDO de siempre grabado a fuego...
Cuando vuelve, es extranyo. Por un lado, es volver a casa, es reconocerme perfectamente, una imagen de mí misma que me sé de memoria: la que no puede, la que no alcanza, la que no da más de sí y se pierde en un mar de inseguridades y angustias que la tapan la boca, asfixiantes. Por otro lado, es desesperante, es observar entre incrédulos y resignados cómo vuelvo siempre al punto de partida, cómo crezco para tres semanas más tarde hacerme pequenya de nuevo, insignificante.
Los cambios que en principio deberían ser para bien, me aterran y paralizan. Miro a las cuatro paredes literales que componen mi actual casa y sé que no son un hogar, que nunca podrán serlo, y a partir de ahí una pensaría que cambiar de cuatro paredes sería una decisión acertada... pero el cambio me quita el aire, y más ahora que es casi inminente. Quiero irme a una isla y volver con los cambios hechos, si es que éstos son necesarios realmente, porque el proceso me puede. Preferiría incluso irme al edificio de paredes blancas y olor a alcohol, o meterme en una burbuja de las que soplan los ninyos, pompa de jabón, y que alguien la explotara cuando todo estuviera resuelto. Pero no, y hay decisiones que tomar, compras que hacer, cambios, cambios... y yo no llego.
Y cuando no llego, cuando el aire se me escapa y la angustia vuelve, trae de la mano antiguos pensamientos que parece que estén siempre agazapados, esperando el momento adecuado para volver a pasearse a sus anchas por mi cabecita loca.
Y me encuentro con el NO PUEDO de siempre grabado a fuego...
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