"Abbey in an Oak Forest", 1809-1810.
Caspar David Friedrich.
Óleo sobre lienzo.
Schloss Charlottenburg, Berlín.
No tener nada que decir, a veces puede ser un problema.
Pero tener muchas cosas qué decir y no saber cómo, no sólo es un problema, es una fuente de impotencia.
Tal vez porque me estoy acostumbrando a callarme lo que pienso. A no pedir lo que quiero, se me está olvidando cómo hacerlo.
A que me da pereza enzarzarme en lo que será seguro, una conversación de besugos. Y muchas veces me veo callada, escuchando a los demás y respondiéndoles en mi cabeza.
Recreando respuestas a conversaciones pasadas.
No, no me da igual que te olvidaras de mi cumpleaños.
No, no me da igual que no respondas a mis sms, ni que desaparezcas y aparezcas dando por sentado que sigo aquí.
No, no me da igual que dejes de escribirme y vuelvas con excusas estúpidas.
Y no, no puede ser que éstas frases pueda decírselas a más de una persona en mi vida.
Sí, tengo que mirarlo todo desde otro prisma. Empezar a diferenciar los mundos y dejar de esperar demasiado de la gente.
Empezar a pedir lo que quiero.
Volver a decir lo que pienso.
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