Sabes bien, lo has escrito aquí muchas veces, que tu estabilidad es muy precaria, que a veces parece que basta que el viento sople un poco más fuerte de lo normal para que tropieces y vueles otra vez en caída libre hasta el abismo que conoces mejor que tu imagen en el espejo.
Como el funambulista principiante que cruza de lado a lado de la carpa del circo mientras le observan mil miradas expectantes, y al que un estornudo hace caer al vacío -no había red, nada amortigua el golpe-. Como el actor inexperto al que en el estreno de su obra teatral una inoportuna melodía de móvil en la sala hace que pierda la concentración y su mente se quede en blanco mientras sus mejillas se sonrojan, avergonzadas.
Seguramente porque construimos nuestras vidas en torno a pilares que situamos fuera de nosotros, y por eso mismo, escapan a nuestro control. En vez de hacernos un Yo fuerte, preparado para los cambios, que encuentre en sí mismo su energía y su estabilidad, tendemos -unos más que otros- a depender de factores externos, la pareja, los amigos, el trabajo... y cuando un pilar, a veces varios, se viene abajo, caemos nosotros con él, torbellino que te atrapa y lleva hasta la fosa marina en que se convierte tu vida.
Factores externos que te fortalecen o debilitan sin que tú tomes parte en ello, nuevamente espectadora de tu propia vida. Y ahora que uno de esos pilares se tambalea, te imaginas la columna que cae y se rompe en mil pedazos atrapándote bajo los escombros. Porque conoces a tu cabeza, que ya empieza a hacer de las suyas. Porque aunque intentas saltar a la comba sin tropezar, la caída se antoja inevitable. Y tus caídas siempre te llevan a la oscuridad más absoluta, negro vacío al que la vista no puede acostumbrarse.
Tiemblas otra vez...
Como el funambulista principiante que cruza de lado a lado de la carpa del circo mientras le observan mil miradas expectantes, y al que un estornudo hace caer al vacío -no había red, nada amortigua el golpe-. Como el actor inexperto al que en el estreno de su obra teatral una inoportuna melodía de móvil en la sala hace que pierda la concentración y su mente se quede en blanco mientras sus mejillas se sonrojan, avergonzadas.
Seguramente porque construimos nuestras vidas en torno a pilares que situamos fuera de nosotros, y por eso mismo, escapan a nuestro control. En vez de hacernos un Yo fuerte, preparado para los cambios, que encuentre en sí mismo su energía y su estabilidad, tendemos -unos más que otros- a depender de factores externos, la pareja, los amigos, el trabajo... y cuando un pilar, a veces varios, se viene abajo, caemos nosotros con él, torbellino que te atrapa y lleva hasta la fosa marina en que se convierte tu vida.
Factores externos que te fortalecen o debilitan sin que tú tomes parte en ello, nuevamente espectadora de tu propia vida. Y ahora que uno de esos pilares se tambalea, te imaginas la columna que cae y se rompe en mil pedazos atrapándote bajo los escombros. Porque conoces a tu cabeza, que ya empieza a hacer de las suyas. Porque aunque intentas saltar a la comba sin tropezar, la caída se antoja inevitable. Y tus caídas siempre te llevan a la oscuridad más absoluta, negro vacío al que la vista no puede acostumbrarse.
Tiemblas otra vez...
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