El amor no es dependencia ni sufrimiento, el amor es otra cosa.
Lo sé. Es una frase que, con estas u otras palabras, he leído estos días en comentarios en este blog, y también en muchos otros blogs. Estoy de acuerdo con ella. El amor es otra cosa. Al menos el amor bien entendido, el que enriquece, el que no da alas sino que te ensenya a desplegar las propias. El amor sano.
A mí me gusta comparar las relaciones con jardines que tenemos en nuestro interior, jardines que plantamos, que sembramos llenos de ilusión, jardines por los que, cuando están en flor, paseamos cogidos de la mano, haciéndonos carantonyas apoyados en cualquiera de sus árboles.
A veces el amor se nos rompe, a él, a ti, casi nunca a los dos a la vez... de alguna manera se rompe. Te encuentras con que estás regando tú sola todo el jardín, un jardín demasiado grande para un solo jardinero. Te encuentras con que ya sólo tú paseas por él...
...y es el momento de salir a pasear fuera de vuestro jardín particular, de encontrar caminos nuevos, de descubrir otros senderos. En ese nuevo andar seguramente te encuentres con otras personas, y durante un tiempo ireis de la mano y puede que planteis nuevos jardines, y más tiempo después, puede que vuestros caminos también se separen y las manos se suelten, o incluso -ojalá-, que sea una de esas personas tan sabias que cuando necesitan soltarse de ti saben caminar cerca tuyo sin darte la mano -y sin necesidad de alejarse y perderse entre caminos de niebla-.
Y qué hacer con los jardines que se fueron sembrando? Bueno... hay quienes necesitan olvidar que existieron. Otros arrancan las plantas, rompen las flores, porque sólo sabiendo que ese jardín ha sido destruido podrían abandonarle o pensar en otros. Hay quienes no vuelven a acercarse jamás, dan rodeos absurdos para no oler ni de lejos aquel antiguo perfume familiar.
Hay quienes seguimos yendo a nuestros jardines antiguos, porque nos gustan las flores que plantamos en ellos, porque nos gusta recordar los buenos momentos en ese estanque o a la sombra de aquel árbol. Y seguimos regándolo a veces, y damos paseos con una sonrisa melancólica las más de las veces, aunque otras inevitablemente las lágrimas afloren. Sabemos que no hay que quedarse a vivir en los jardines del ayer, y no lo hacemos... pero no vamos a olvidarlos, ni a sustituirlos. Es nuestra elección.
El amor no es dependencia, el amor es crecimiento y cielos por descubrir. El amor no es usar sus alas sino aprender a desplegar las propias y con ellas acercarte a las nubes. El amor no son cadenas ni argollas al cuello, de esas que cierran y limitan, porque el amor se lleva muy mal con los límites. El amor no es romper los jardines que se plantaron entre dos cuando uno de ellos quiere descubrir nuevos caminos. El amor que lo fue de veras no debe dar paso a la rabia, a la indiferencia, al castigo. El amor es otra cosa.
[Escuchando "Kiss me", de Sixpence None The Richer]
Lo sé. Es una frase que, con estas u otras palabras, he leído estos días en comentarios en este blog, y también en muchos otros blogs. Estoy de acuerdo con ella. El amor es otra cosa. Al menos el amor bien entendido, el que enriquece, el que no da alas sino que te ensenya a desplegar las propias. El amor sano.
A mí me gusta comparar las relaciones con jardines que tenemos en nuestro interior, jardines que plantamos, que sembramos llenos de ilusión, jardines por los que, cuando están en flor, paseamos cogidos de la mano, haciéndonos carantonyas apoyados en cualquiera de sus árboles.
A veces el amor se nos rompe, a él, a ti, casi nunca a los dos a la vez... de alguna manera se rompe. Te encuentras con que estás regando tú sola todo el jardín, un jardín demasiado grande para un solo jardinero. Te encuentras con que ya sólo tú paseas por él...
...y es el momento de salir a pasear fuera de vuestro jardín particular, de encontrar caminos nuevos, de descubrir otros senderos. En ese nuevo andar seguramente te encuentres con otras personas, y durante un tiempo ireis de la mano y puede que planteis nuevos jardines, y más tiempo después, puede que vuestros caminos también se separen y las manos se suelten, o incluso -ojalá-, que sea una de esas personas tan sabias que cuando necesitan soltarse de ti saben caminar cerca tuyo sin darte la mano -y sin necesidad de alejarse y perderse entre caminos de niebla-.
Y qué hacer con los jardines que se fueron sembrando? Bueno... hay quienes necesitan olvidar que existieron. Otros arrancan las plantas, rompen las flores, porque sólo sabiendo que ese jardín ha sido destruido podrían abandonarle o pensar en otros. Hay quienes no vuelven a acercarse jamás, dan rodeos absurdos para no oler ni de lejos aquel antiguo perfume familiar.
Hay quienes seguimos yendo a nuestros jardines antiguos, porque nos gustan las flores que plantamos en ellos, porque nos gusta recordar los buenos momentos en ese estanque o a la sombra de aquel árbol. Y seguimos regándolo a veces, y damos paseos con una sonrisa melancólica las más de las veces, aunque otras inevitablemente las lágrimas afloren. Sabemos que no hay que quedarse a vivir en los jardines del ayer, y no lo hacemos... pero no vamos a olvidarlos, ni a sustituirlos. Es nuestra elección.
El amor no es dependencia, el amor es crecimiento y cielos por descubrir. El amor no es usar sus alas sino aprender a desplegar las propias y con ellas acercarte a las nubes. El amor no son cadenas ni argollas al cuello, de esas que cierran y limitan, porque el amor se lleva muy mal con los límites. El amor no es romper los jardines que se plantaron entre dos cuando uno de ellos quiere descubrir nuevos caminos. El amor que lo fue de veras no debe dar paso a la rabia, a la indiferencia, al castigo. El amor es otra cosa.
[Escuchando "Kiss me", de Sixpence None The Richer]
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