Mi pequeña Gacela me ha pedido que os transcriba esto en su nombre. Que aunque sea desde la lejanía del teclado, ella sigue escribiendo... Isthar
Hay un pasillo, un pasillo largo que sin duda merecería una historia propia. Y este pasillo tiene principio y final, como todas las cosas, aunque a veces lleguen a destiempo, o simplemente, demasiado tarde.
El principio del pasillo es una puerta de hierro, como de cuento, de calabozo, con mirilla y todo, pareciera que hubiera que pasar la pata por debajo para demostrar que eres la mamá de los siete cabritillos. Una tiene la sensación de que bastaría conocer la contraseña del día - seguro que, desconfiados, van cambiándola - y entonces vendría la metamorfosis, y de desechos sociales nos transformaríamos en señores y es posible hasta que nos saliera un bombín en la cabeza y una pajarita a juego en el cuello.
Pero la muchacha que nos acompaña no conoce la contraseña y recibe por toda respuesta un frío "lo siento, no puedes cruzar esta línea". Así pues, teniendo vetado un lado del pasillo, se encamina al otro. Por el camino se cruza con mas almas perdidas, los que tienen suerte al menos están buscándose, los menos afortunados (o no), ni siquiera se precupan por quienes son, o mejor dicho, quienes fueron. Y ella solo camina, hoy sin fuerzas para buscar en ojos ajenos, hoy solo hay algún "hola" tan cortés como triste.
Al otro lado del pasillo está el lugar favorito de nuestra muchacha (porque si, hoy vamos a excluir a nuestra gacela-ludópata reina del futbolín y del PingPong). Hay un gran ventanal luminoso con un rellano al que nuestra gacela le ha encontrado la utilidad de sentarse mientras canturrea bajito - no sabeis lo fácil que es aquí herir sensibilidades y herir al vecino -. Las ventanas, por supuesto, tienen barrotes, cuadrados que cercenan la vista, pero no impiden que entre el sol imbatible a acariciar el rostro de nuestra gacela. Un sol que recuerda a aquel otro del que fui luna...
Sentada en el rellano, piernas cruzadas, deja que el viento juegue con los mechones sueltos de su pelo. El aire en la cara, el sol en los brazos... por un momento parece que al menos la naturaleza juega a su favor.
A través de la ventana la vida sigue fluyendo, tal vez por eso nuestra muchacha mira e imagina un momento en el que su propia vida se acompase al resto del fluir vital. Ve un chico en pantalones cortos - y nos recuerda la depilación pendiente -, ve coches saltándose los pasos de cebra - y esto va a ser que estamos en el mundo real - y ve verde, mucho verde, como en la casa del capitán de barco... y hasta hay montañas al fondo. Libertad. Y Gacela imagina que, tras los árboles y las montañas, podría haber un timón de barco que tomar en sus manos. Hay una tripulación que espera.
[Escuchando KissFM, que no por ser Gacela-hospitalizada vamos a perder nuestra ñoñería]
El principio del pasillo es una puerta de hierro, como de cuento, de calabozo, con mirilla y todo, pareciera que hubiera que pasar la pata por debajo para demostrar que eres la mamá de los siete cabritillos. Una tiene la sensación de que bastaría conocer la contraseña del día - seguro que, desconfiados, van cambiándola - y entonces vendría la metamorfosis, y de desechos sociales nos transformaríamos en señores y es posible hasta que nos saliera un bombín en la cabeza y una pajarita a juego en el cuello.
Pero la muchacha que nos acompaña no conoce la contraseña y recibe por toda respuesta un frío "lo siento, no puedes cruzar esta línea". Así pues, teniendo vetado un lado del pasillo, se encamina al otro. Por el camino se cruza con mas almas perdidas, los que tienen suerte al menos están buscándose, los menos afortunados (o no), ni siquiera se precupan por quienes son, o mejor dicho, quienes fueron. Y ella solo camina, hoy sin fuerzas para buscar en ojos ajenos, hoy solo hay algún "hola" tan cortés como triste.
Al otro lado del pasillo está el lugar favorito de nuestra muchacha (porque si, hoy vamos a excluir a nuestra gacela-ludópata reina del futbolín y del PingPong). Hay un gran ventanal luminoso con un rellano al que nuestra gacela le ha encontrado la utilidad de sentarse mientras canturrea bajito - no sabeis lo fácil que es aquí herir sensibilidades y herir al vecino -. Las ventanas, por supuesto, tienen barrotes, cuadrados que cercenan la vista, pero no impiden que entre el sol imbatible a acariciar el rostro de nuestra gacela. Un sol que recuerda a aquel otro del que fui luna...
Sentada en el rellano, piernas cruzadas, deja que el viento juegue con los mechones sueltos de su pelo. El aire en la cara, el sol en los brazos... por un momento parece que al menos la naturaleza juega a su favor.
A través de la ventana la vida sigue fluyendo, tal vez por eso nuestra muchacha mira e imagina un momento en el que su propia vida se acompase al resto del fluir vital. Ve un chico en pantalones cortos - y nos recuerda la depilación pendiente -, ve coches saltándose los pasos de cebra - y esto va a ser que estamos en el mundo real - y ve verde, mucho verde, como en la casa del capitán de barco... y hasta hay montañas al fondo. Libertad. Y Gacela imagina que, tras los árboles y las montañas, podría haber un timón de barco que tomar en sus manos. Hay una tripulación que espera.
[Escuchando KissFM, que no por ser Gacela-hospitalizada vamos a perder nuestra ñoñería]
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