viernes, 30 de diciembre de 2005

Cesta de deseos

Como no me bastaba con haber caído una vez en hacer el típico-tópico post de estas entranyables fechas con el anterior de balance anual, hoy me lanzo al segundo tópico-típico tema: los deseos para el anyo que comienza. No resbalen con la miel que intuyo se me va a derramar...

El primero es inevitable. Que nos reencontremos, que aprendamos a estar cerca sin danyarnos, que sepamos querernos de otra manera, y desde ahí, acompanyarnos, cómplices. Que rompamos las ausencias, los silencios, los rencores, las senyales de prohibido. Que recomencemos, ninyo, que llevamos un anyo entero mitad lejos, mitad a dentelladas, y ya es demasiado.

El segundo tiene que ver con el primero. Que Ella no me escriba más, no se haga grande a costa de hacerme a mí pequenya, que no ataque, que no te exhiba como pieza de trofeo para herirme o para sentirse arropada. Y que deje que nos encontremos, cada uno en su (nuevo) papel, sin amenazas, sin punyales. Sin sentirse amenazada tampoco ella, que nadie va a quitarle su lugar.

Otro más... que no haya más despedidas este anyo. Basta de adioses que rompen y desgarran. Basta de distancias que no sé cómo cruzar, y que me hacen intentar construir barcas con mis manos y lamentarme cuando hacen aguas.

Que no nos falten las fuerzas. Que sepamos levantarnos tras las caídas, aun doloridos y confundidos. Pero que haya algo que nos empuje a levantarnos, que no nos ceguemos sin verlo, que seamos capaz de mantener alguna ilusión aunque se nos rompan otras, que construyamos suenyos nuevos si alguno se queda en el camino.

Y que hagamos del mundo un lugar menos hostil. Primero, de nuestro pedacito chiquito de mundo, aquí, allá, en nuestro pequenyo espacio. Y levantando la mirada, que generemos una cadena multiplicadora, como la mariposa que bate las alas y el mar se levanta en la otra punta del planeta.

Que seamos capaces de hacernos felices. Que estemos cerca, que no seamos islas. Más sonrisas y menos sangre. Más ternura y menos gritos. Más cercanía y menos disfraces. Más abrazos y menos silencios de hielo. Que seamos capaces, también, de darnos cuenta de esos pequenyos-grandes momentos de felicidad, que cuando tengamos la suerte de tener uno cerca nos dejemos invadir por él y seamos capaces de recordarlos en las noches demasiado frías que también nos tocará pasar. Que nos cuidemos, y nos dejemos cuidar. Que no nos corten las alas, que volemos y descubramos nuevos pedazos de cielo. Que se los descubramos también a otras personas.

Y voy a acabar el anyo con Benedetti, porque siempre tiene la palabra precisa -la sonrisa perfecta?-, y porque también él miraba al cielo y pedía deseos...

HOMBRE QUE MIRA AL CIELO

Mientras pasa la estrella fugaz
acopio este deseo instantáneo
montones de deseos hondos y prioritarios

por ejemplo que el dolor no me apague la rabia
que la alegría no desarme mi amor
que los asesinos del pueblo se traguen
sus molares caninos e incisivos
y se muerdan juiciosamente el hígado

que los barrotes de las celdas
se vuelvan de azúcar o se curven de piedad
y mis hermanos puedan hacer de nuevo
el amor y la revolución

que cuando enfrentemos el implacable espejo
no maldigamos ni nos maldigamos
que los justos avancen
aunque estén imperfectos y heridos
que avancen porfiados como castores
solidarios como abejas
aguerridos como jaguares
y empuñen todos sus noes
para instalar la gran afirmación

que la muerte pierda su asquerosa puntualidad
que cuando el corazón se salga del pecho
pueda encontrar el camino de regreso
que la muerte pierda su asquerosa
y brutal puntualidad
pero si llega puntual no nos agarre
muertos de vergüenza

que el aire vuelva a ser respirable y de todos
y que vos muchachita sigas alegre y dolorida
poniendo en tus ojos el alma
y tu mano en mi mano

y nada más
porque el cielo ya está de nuevo torvo
y sin estrellas
con helicóptero y sin dios

Que despidáis bien el anyo, y que el 2006 os traiga todas las sonrisas que merezcais.

Cesta de deseos

Como no me bastaba con haber caído una vez en hacer el típico-tópico post de estas entranyables fechas con el anterior de balance anual, hoy me lanzo al segundo tópico-típico tema: los deseos para el anyo que comienza. No resbalen con la miel que intuyo se me va a derramar...

El primero es inevitable. Que nos reencontremos, que aprendamos a estar cerca sin danyarnos, que sepamos querernos de otra manera, y desde ahí, acompanyarnos, cómplices. Que rompamos las ausencias, los silencios, los rencores, las senyales de prohibido. Que recomencemos, ninyo, que llevamos un anyo entero mitad lejos, mitad a dentelladas, y ya es demasiado.

El segundo tiene que ver con el primero. Que Ella no me escriba más, no se haga grande a costa de hacerme a mí pequenya, que no ataque, que no te exhiba como pieza de trofeo para herirme o para sentirse arropada. Y que deje que nos encontremos, cada uno en su (nuevo) papel, sin amenazas, sin punyales. Sin sentirse amenazada tampoco ella, que nadie va a quitarle su lugar.

Otro más... que no haya más despedidas este anyo. Basta de adioses que rompen y desgarran. Basta de distancias que no sé cómo cruzar, y que me hacen intentar construir barcas con mis manos y lamentarme cuando hacen aguas.

Que no nos falten las fuerzas. Que sepamos levantarnos tras las caídas, aun doloridos y confundidos. Pero que haya algo que nos empuje a levantarnos, que no nos ceguemos sin verlo, que seamos capaz de mantener alguna ilusión aunque se nos rompan otras, que construyamos suenyos nuevos si alguno se queda en el camino.

Y que hagamos del mundo un lugar menos hostil. Primero, de nuestro pedacito chiquito de mundo, aquí, allá, en nuestro pequenyo espacio. Y levantando la mirada, que generemos una cadena multiplicadora, como la mariposa que bate las alas y el mar se levanta en la otra punta del planeta.

Que seamos capaces de hacernos felices. Que estemos cerca, que no seamos islas. Más sonrisas y menos sangre. Más ternura y menos gritos. Más cercanía y menos disfraces. Más abrazos y menos silencios de hielo. Que seamos capaces, también, de darnos cuenta de esos pequenyos-grandes momentos de felicidad, que cuando tengamos la suerte de tener uno cerca nos dejemos invadir por él y seamos capaces de recordarlos en las noches demasiado frías que también nos tocará pasar. Que nos cuidemos, y nos dejemos cuidar. Que no nos corten las alas, que volemos y descubramos nuevos pedazos de cielo. Que se los descubramos también a otras personas.

Y voy a acabar el anyo con Benedetti, porque siempre tiene la palabra precisa -la sonrisa perfecta?-, y porque también él miraba al cielo y pedía deseos...

HOMBRE QUE MIRA AL CIELO

Mientras pasa la estrella fugaz
acopio este deseo instantáneo
montones de deseos hondos y prioritarios

por ejemplo que el dolor no me apague la rabia
que la alegría no desarme mi amor
que los asesinos del pueblo se traguen
sus molares caninos e incisivos
y se muerdan juiciosamente el hígado

que los barrotes de las celdas
se vuelvan de azúcar o se curven de piedad
y mis hermanos puedan hacer de nuevo
el amor y la revolución

que cuando enfrentemos el implacable espejo
no maldigamos ni nos maldigamos
que los justos avancen
aunque estén imperfectos y heridos
que avancen porfiados como castores
solidarios como abejas
aguerridos como jaguares
y empuñen todos sus noes
para instalar la gran afirmación

que la muerte pierda su asquerosa puntualidad
que cuando el corazón se salga del pecho
pueda encontrar el camino de regreso
que la muerte pierda su asquerosa
y brutal puntualidad
pero si llega puntual no nos agarre
muertos de vergüenza

que el aire vuelva a ser respirable y de todos
y que vos muchachita sigas alegre y dolorida
poniendo en tus ojos el alma
y tu mano en mi mano

y nada más
porque el cielo ya está de nuevo torvo
y sin estrellas
con helicóptero y sin dios

Que despidáis bien el anyo, y que el 2006 os traiga todas las sonrisas que merezcais.

lunes, 26 de diciembre de 2005

2005, tormenta y palabras

Balance

Dicen que hay que hacer balance, y a mí nunca se me ha dado bien. No lo he hecho en público (ehem, sigo considerando el blog como un sitio privado) porque no me he atrevido, por los qué dirán y cómo puedes decir eso y no valoras lo que tienes y esa manía de juzgar al vecino conociendo una parte chiquita, chiquita de lo que encierra.

1996 fue un anyo para tirar a la basura, y el 2000, y el 2004. Así que, siguiendo mi regla absurda de temporal cada cuatro anyos, esperaba el próximo anyo-catástrofe para el 2008, pero se adelantó al 2005, repitiendo jugada. Me pilló desprevenida, porque había agotado mis fuerzas peleándome el 2004. No se puede luchar siempre, me dije, ante la obligación de darse nuevas oportunidades se alza también el derecho a descansar, me dije. Con esa frase por bandera -las hay mejores- dio comienzo el anyo, un anyo que se llenaría de silencios más dolorosos que cualquier palabra que se me pueda ocurrir, de ausencias que se clavan y desgarran aun hoy, cuando jugamos al escondite y al quesisí-quesinó.

2005 ha sido un pasillo largo, largo, por el que vagaban almas errantes, miradas perdidas, más allá de la puerta con barrotes y contrasenyas senyalada con el cartel de Octava Norte. Ha sido acostumbrarse a vivir sobre una de las tres patas, perdidas las otras dos, una allá en el Caribe y otra tras senyales de prohibido que se multiplicaban. Ha sido bajar de peso y volverse blanca como el papel mientras los análisis advertían de que la sangre de la ninya era más aguachirri que otra cosa. Ha sido hospital - meses fuera - hospital otra vez - más tiempo fuera. Ha sido un verano en el limbo, sin sentir ni padecer ni mucho menos poder pensar, hablar, ironizar. Ha sido familia ausente y casa-cueva que muerde en las noches frías. Ha sido cabeza desatada y voces que se erguían duenyas de la que escribe y la acorralaban en algún rincón, sometida, vencida, munyeco roto. Ha sido espacios perdidos, primero uno, luego otro y después otro más.

Pero una voz (que se parece a la tuya) me dice que hay más cosas, incluso en este anyo para el olvido. Y que también debería rescatarlas, aunque mi memoria juega conmigo y las sitúa al final del laberinto.

Así que, incluso en este anyo, ha habido una casa en Rivas que me abrazaba hasta cuando yo no me dejaba abrazar, y que lo hacía desde el carinyo aunque no entendiera. Ha habido una nevera que vamos aprendiendo a llenar. Ha habido otro techo en Valencia, a orillas del mar, que siempre es refugio cálido hasta cuando Gacela está perdida en su mundo y no contesta aunque se la pinche intentando sacar la ella que hay debajo de la química. Ha habido un trabajo que apasiona y que da alas y sonrisas, que mantiene la mente despierta y sin ataques de Bestias, un trabajo que parece dar sentido a todo lo demás. Y un viaje a Cuba para reencontrar una parte de mí, y perdonar y ser perdonada -qué redentor me ha quedado esto-.

Y algo más. Perdí espacios, desde luego... pero alguno lo recuperé, otro se sostiene con puentes de hilo de algodón que inexplicablemente no se rompe -y tal vez es que lo construí más sólido de lo que creía-... y apareció algún espacio nuevo. Este, mi blog, vuestros blogs. El canal del IRC donde me quedo algunas noches en vuestra companyía. Vuestras historias que hago un poco mías. Haber conocido al capitán cuentacuentos. Que un rubio fabricante de burbujas irisadas me llamara bicho suave y me ofreciera su mano. Seguir siempre cerca de la ninya que reflexiona en blanco y negro, saliendo de su burbuja. La promesa de poner cara a unos cuantos allá cuando el 2006 dé sus primeros pasos, el día 2.

Como no sé sintetizar, no sé en qué queda el balance. Supongo que en que hace tiempo que no compro píldoras de colores aunque no haya tirado las que ya tenía. Hace tiempo que ni siquiera abro ese cajón.

Ante la obligación de darse nuevas oportunidades se alza también el derecho a descansar. Así empecé el anyo pasado, agotada. Este anyo sigo defendiendo esa frase... pero creo que no estoy tan cansada, tan absolutamente vencida como lo he estado. Tengo energía para algunas oportunidades más, creo, y me las estoy dando. Y eso es un logro.

2005, tormenta y palabras

Balance

Dicen que hay que hacer balance, y a mí nunca se me ha dado bien. No lo he hecho en público (ehem, sigo considerando el blog como un sitio privado) porque no me he atrevido, por los qué dirán y cómo puedes decir eso y no valoras lo que tienes y esa manía de juzgar al vecino conociendo una parte chiquita, chiquita de lo que encierra.

1996 fue un anyo para tirar a la basura, y el 2000, y el 2004. Así que, siguiendo mi regla absurda de temporal cada cuatro anyos, esperaba el próximo anyo-catástrofe para el 2008, pero se adelantó al 2005, repitiendo jugada. Me pilló desprevenida, porque había agotado mis fuerzas peleándome el 2004. No se puede luchar siempre, me dije, ante la obligación de darse nuevas oportunidades se alza también el derecho a descansar, me dije. Con esa frase por bandera -las hay mejores- dio comienzo el anyo, un anyo que se llenaría de silencios más dolorosos que cualquier palabra que se me pueda ocurrir, de ausencias que se clavan y desgarran aun hoy, cuando jugamos al escondite y al quesisí-quesinó.

2005 ha sido un pasillo largo, largo, por el que vagaban almas errantes, miradas perdidas, más allá de la puerta con barrotes y contrasenyas senyalada con el cartel de Octava Norte. Ha sido acostumbrarse a vivir sobre una de las tres patas, perdidas las otras dos, una allá en el Caribe y otra tras senyales de prohibido que se multiplicaban. Ha sido bajar de peso y volverse blanca como el papel mientras los análisis advertían de que la sangre de la ninya era más aguachirri que otra cosa. Ha sido hospital - meses fuera - hospital otra vez - más tiempo fuera. Ha sido un verano en el limbo, sin sentir ni padecer ni mucho menos poder pensar, hablar, ironizar. Ha sido familia ausente y casa-cueva que muerde en las noches frías. Ha sido cabeza desatada y voces que se erguían duenyas de la que escribe y la acorralaban en algún rincón, sometida, vencida, munyeco roto. Ha sido espacios perdidos, primero uno, luego otro y después otro más.

Pero una voz (que se parece a la tuya) me dice que hay más cosas, incluso en este anyo para el olvido. Y que también debería rescatarlas, aunque mi memoria juega conmigo y las sitúa al final del laberinto.

Así que, incluso en este anyo, ha habido una casa en Rivas que me abrazaba hasta cuando yo no me dejaba abrazar, y que lo hacía desde el carinyo aunque no entendiera. Ha habido una nevera que vamos aprendiendo a llenar. Ha habido otro techo en Valencia, a orillas del mar, que siempre es refugio cálido hasta cuando Gacela está perdida en su mundo y no contesta aunque se la pinche intentando sacar la ella que hay debajo de la química. Ha habido un trabajo que apasiona y que da alas y sonrisas, que mantiene la mente despierta y sin ataques de Bestias, un trabajo que parece dar sentido a todo lo demás. Y un viaje a Cuba para reencontrar una parte de mí, y perdonar y ser perdonada -qué redentor me ha quedado esto-.

Y algo más. Perdí espacios, desde luego... pero alguno lo recuperé, otro se sostiene con puentes de hilo de algodón que inexplicablemente no se rompe -y tal vez es que lo construí más sólido de lo que creía-... y apareció algún espacio nuevo. Este, mi blog, vuestros blogs. El canal del IRC donde me quedo algunas noches en vuestra companyía. Vuestras historias que hago un poco mías. Haber conocido al capitán cuentacuentos. Que un rubio fabricante de burbujas irisadas me llamara bicho suave y me ofreciera su mano. Seguir siempre cerca de la ninya que reflexiona en blanco y negro, saliendo de su burbuja. La promesa de poner cara a unos cuantos allá cuando el 2006 dé sus primeros pasos, el día 2.

Como no sé sintetizar, no sé en qué queda el balance. Supongo que en que hace tiempo que no compro píldoras de colores aunque no haya tirado las que ya tenía. Hace tiempo que ni siquiera abro ese cajón.

Ante la obligación de darse nuevas oportunidades se alza también el derecho a descansar. Así empecé el anyo pasado, agotada. Este anyo sigo defendiendo esa frase... pero creo que no estoy tan cansada, tan absolutamente vencida como lo he estado. Tengo energía para algunas oportunidades más, creo, y me las estoy dando. Y eso es un logro.

miércoles, 21 de diciembre de 2005

Aprenderé a nadar, Hannah

Sarah Polley, en La Vida Secreta de las PalabrasTim Robbins, en La Vida Secreta de las Palabras

Cada uno de nosotros llevamos dentro nuestros propios Horrores, algunos de ellos que merecerían la mayúscula sin dudarlo. Pero incluso los que no, pueden seguir siendo nuestros horrores particulares, enormes por propios, por el sufrimiento que nos provocan, por la incomprensón que pueden generar en otros -o en nosotros mismos-.

Cada uno carga con ese fardo a sus espaldas, y a veces las cargas se llevan a duras penas en solitario, y ralentizan nuestro paso, y nos hacen encorvarnos bajo su peso.

Cómo puedes seguir adelante?

A veces te harás la pregunta, y te contestarás que no hay otro camino, que mientras queden fuerzas sólo puedes caminar y caminar aunque las más de las veces no sepas hacia dónde, pero caminas porque aprendiste que sentarte era peligroso. Y sabes que tu horror no es ni mucho menos el de otros, pero te es propio y no te deja, y con tu cabeza como Reino enturbia tus suenyos y te quita el aliento y no puedes evitarlo, y eso lo hace tu pequenyo gran Horror, también con mayúscula. Pero sigues adelante si encuentras fuerzas para otro paso...

Y a veces, como Hannah, piensas que tal vez un día rompas a llorar, no manyana ni al otro pero un día, y no sepas cómo parar una vez comiences, y con tus lágrimas inundes la habitación y te ahogues, y ahogues contigo a aquel que se haya atrevido a acompanyarte en tu camino, si es que alguien lo ha hecho.

Aprenderé a nadar, Hannah.

Y esas son palabras-bálsamo, palabras-esperanza, palabras-cuerda a la que atarse para seguir. Porque quizás te cruces con alguien que no tema a las lágrimas, y que cuando le plantees lo que llevas dentro, tu horror al que no sabes si poner o no mayúsculas pero que a ti te anula tantas veces... no mire hacia otro lado, no te cuelgue carteles, no dibuje senyales de prohibido que te acorralen, no te haga sentir responsabilidad y carga inmensas con las que nadie puede...

...tal vez haga algo tan extranyo y valioso como aprender a nadar.

[La película LA VIDA SECRETA DE LAS PALABRAS sigue proyectándose en los cines, y es una auténtica gozada de la mano de Isabel Coixet, con Tim Robbins, Sarah Polley o Javier Cámara en la pantalla. Página oficial de la película AQUÍ]

Aprenderé a nadar, Hannah

Sarah Polley, en La Vida Secreta de las PalabrasTim Robbins, en La Vida Secreta de las Palabras

Cada uno de nosotros llevamos dentro nuestros propios Horrores, algunos de ellos que merecerían la mayúscula sin dudarlo. Pero incluso los que no, pueden seguir siendo nuestros horrores particulares, enormes por propios, por el sufrimiento que nos provocan, por la incomprensón que pueden generar en otros -o en nosotros mismos-.

Cada uno carga con ese fardo a sus espaldas, y a veces las cargas se llevan a duras penas en solitario, y ralentizan nuestro paso, y nos hacen encorvarnos bajo su peso.

Cómo puedes seguir adelante?

A veces te harás la pregunta, y te contestarás que no hay otro camino, que mientras queden fuerzas sólo puedes caminar y caminar aunque las más de las veces no sepas hacia dónde, pero caminas porque aprendiste que sentarte era peligroso. Y sabes que tu horror no es ni mucho menos el de otros, pero te es propio y no te deja, y con tu cabeza como Reino enturbia tus suenyos y te quita el aliento y no puedes evitarlo, y eso lo hace tu pequenyo gran Horror, también con mayúscula. Pero sigues adelante si encuentras fuerzas para otro paso...

Y a veces, como Hannah, piensas que tal vez un día rompas a llorar, no manyana ni al otro pero un día, y no sepas cómo parar una vez comiences, y con tus lágrimas inundes la habitación y te ahogues, y ahogues contigo a aquel que se haya atrevido a acompanyarte en tu camino, si es que alguien lo ha hecho.

Aprenderé a nadar, Hannah.

Y esas son palabras-bálsamo, palabras-esperanza, palabras-cuerda a la que atarse para seguir. Porque quizás te cruces con alguien que no tema a las lágrimas, y que cuando le plantees lo que llevas dentro, tu horror al que no sabes si poner o no mayúsculas pero que a ti te anula tantas veces... no mire hacia otro lado, no te cuelgue carteles, no dibuje senyales de prohibido que te acorralen, no te haga sentir responsabilidad y carga inmensas con las que nadie puede...

...tal vez haga algo tan extranyo y valioso como aprender a nadar.

[La película LA VIDA SECRETA DE LAS PALABRAS sigue proyectándose en los cines, y es una auténtica gozada de la mano de Isabel Coixet, con Tim Robbins, Sarah Polley o Javier Cámara en la pantalla. Página oficial de la película AQUÍ]

jueves, 15 de diciembre de 2005

En ocasiones veo patios de guardería

Dork Tower

Me temo que no entro del todo en la socialización en la blogosfera. Y me gustan muchos blogs, y me gusta su gente, y lo paso bien... pero no dejan de sorprenderme ciertas conductas que creí que se superaban cuando empezabas a poner más velas en la tarta de las que podías contar con tus dedos.

Esa gente que sólo hace intercambio de enlaces, porque si te han enlazado y no ven que tú hagas lo mismo se les hincha la vena del cuello. Los que sólo te comentan si les comentas a su vez. Los que se ofenden airados porque han escrito tres post y has cometido la osadía de ignorarlos (y lo mismo los has leído y simplemente no tenías nada que aportar. O lo mismo no los has leído, porque en tu egoísmo atroz no has firmado ningún contrato de compromiso eterno con su blog). Los que van del palo "te conozco y sé quién eres, te espío todas las vísperas de festivos y me he quedao con tu cara, que por cierto ocultas en tu blog". Los de "me siento decepcionado porque has sido tan indecente como para no coincidir al 100% con la imagen irreal que me había formado de ti por haber leído tres posts, y ahora me enfado y no respiro". Los que te comentan sin haber leído el texto y lo demuestran metiendo la gamba muy hábilmente. Los que copian y pegan el mismo comentario en los catorce blogs que visitan esa tarde. Los que, los que y los que.

Yo a lo mejor soy un poco asocial en Bloguilandia, o a lo mejor es que tengo dos dedos de frente, pero primero, no me atrevo a juzgar a alguien porque he leído dos post y otro más que no entendí del todo; segundo, cuando conozco a alguien de veras, no me dedico a ir de lista anónima en su blog pretendiendo poner al descubierto su verdadera cara; tercero, no me disfrazo de amante despechada que llora por las esquinas del blog de su adorado Él por las punyaladas que éste le dio; cuarto, no me atrevo a decirle a nadie que SU blog y SUS escritos tienen que responder a MIS expectativas y MI percepción de él; quinto, enlazo lo que me da la gana y por las razones que me apetece; sexto, navego por donde me permiten el tiempo y las ganas sin sentirme obligada por nadie en absoluto; séptimo, comento cuando me sale algo que decir sin esperar que nadie esté en deuda conmigo porque una vez (o a diario) entré en su blog y tecleé treinta y dos letras seguidas... y suma y sigue, Gacelita.

No sé si será que las Gacelas se toman la Blogosfera como su sabana particular, y están demasiado acostumbradas a moverse según sus reglas... pero el caso es que, partiendo de que en estos mundos hay mucha gente interesante, hay otro buen punyado al que dar de comer aparte.

Narrado sin acritud, es sólo que esta vinyeta me hizo mucha gracia, y me recordó todo esto.

[Experiencias sacadas de la vida real, algunas conmigo como protagonista y otras vistas -con ojos como platos- en otros blogs]

[Si quieres ver más imágenes de Dork Tower, pincha AQUÍ]

En ocasiones veo patios de guardería

Dork Tower

Me temo que no entro del todo en la socialización en la blogosfera. Y me gustan muchos blogs, y me gusta su gente, y lo paso bien... pero no dejan de sorprenderme ciertas conductas que creí que se superaban cuando empezabas a poner más velas en la tarta de las que podías contar con tus dedos.

Esa gente que sólo hace intercambio de enlaces, porque si te han enlazado y no ven que tú hagas lo mismo se les hincha la vena del cuello. Los que sólo te comentan si les comentas a su vez. Los que se ofenden airados porque han escrito tres post y has cometido la osadía de ignorarlos (y lo mismo los has leído y simplemente no tenías nada que aportar. O lo mismo no los has leído, porque en tu egoísmo atroz no has firmado ningún contrato de compromiso eterno con su blog). Los que van del palo "te conozco y sé quién eres, te espío todas las vísperas de festivos y me he quedao con tu cara, que por cierto ocultas en tu blog". Los de "me siento decepcionado porque has sido tan indecente como para no coincidir al 100% con la imagen irreal que me había formado de ti por haber leído tres posts, y ahora me enfado y no respiro". Los que te comentan sin haber leído el texto y lo demuestran metiendo la gamba muy hábilmente. Los que copian y pegan el mismo comentario en los catorce blogs que visitan esa tarde. Los que, los que y los que.

Yo a lo mejor soy un poco asocial en Bloguilandia, o a lo mejor es que tengo dos dedos de frente, pero primero, no me atrevo a juzgar a alguien porque he leído dos post y otro más que no entendí del todo; segundo, cuando conozco a alguien de veras, no me dedico a ir de lista anónima en su blog pretendiendo poner al descubierto su verdadera cara; tercero, no me disfrazo de amante despechada que llora por las esquinas del blog de su adorado Él por las punyaladas que éste le dio; cuarto, no me atrevo a decirle a nadie que SU blog y SUS escritos tienen que responder a MIS expectativas y MI percepción de él; quinto, enlazo lo que me da la gana y por las razones que me apetece; sexto, navego por donde me permiten el tiempo y las ganas sin sentirme obligada por nadie en absoluto; séptimo, comento cuando me sale algo que decir sin esperar que nadie esté en deuda conmigo porque una vez (o a diario) entré en su blog y tecleé treinta y dos letras seguidas... y suma y sigue, Gacelita.

No sé si será que las Gacelas se toman la Blogosfera como su sabana particular, y están demasiado acostumbradas a moverse según sus reglas... pero el caso es que, partiendo de que en estos mundos hay mucha gente interesante, hay otro buen punyado al que dar de comer aparte.

Narrado sin acritud, es sólo que esta vinyeta me hizo mucha gracia, y me recordó todo esto.

[Experiencias sacadas de la vida real, algunas conmigo como protagonista y otras vistas -con ojos como platos- en otros blogs]

[Si quieres ver más imágenes de Dork Tower, pincha AQUÍ]

jueves, 8 de diciembre de 2005

Neutralidad mal resuelta

La gente toma decisiones, todos lo hacemos, y lo que decidimos influye en nuestro entorno. Podemos agarrarnos a una supuesta Neutralidad con mayúsculas, pero no hay posición más difícil -y muchas veces, no hay posición más falsa-. Como en las leyes de la robótica de Asimov, uno puede permitir que a otro le danyen por acción u omisión, y si lo permites en aras de una supuesta neutralidad, en realidad estás tomando partido, y lo estás haciendo por el verdugo. Callar ante un ataque te vuelve cómplice del mismo. Puedes hacerlo, porque no deja de ser una más de las decisiones que tenemos derecho a tomar, pero no sería justo que siguieras alardeando de tu neutralidad cuando, de hecho, sí has tomado partido. Aunque nadie venga a pedirte que rindas cuentas por ello. Sólo lo sabe, y deberías saberlo tú también.

He metido en una cesta todos estos días. Ha habido lágrimas, a pesar de que intenté cenyir la armadura todo lo posible -pero tal vez los golpes vinieron de donde no los esperaba, de aquellos que conocían los huecos de la cota de malla-. Ha habido risas también, risas a ciegas de las que no preguntan porque saben que las respuestas hieren, y eligen -de nuevo decisiones- no pedirle peras al olmo y disfrutar de lo que hay, sin preguntarse por qué es tan poco.

Y seguramente lo que llena la cesta serían las decepciones. Porque aunque una sabe que no debería esperar nada, no lo consigue del todo. Porque aunque una respeta las decisiones tomadas, no las entiende, y se clavan dentro. Porque en algún caso, la deslealtad es sangrante. Yo también me vi en medio, y nunca dejé de defender lo que consideré justo, aunque me costara meses de silencios. Y no me arrepiento, sólo constato lo distintos que somos.

Me hablan de neutralidad y aflora una sonrisa amarga. En su casa, neutralidad. Diez horas frente a setenta y dos, neutralidad. Ceguera voluntaria que no distingue verdugos de víctimas, neutralidad. Silencio cómplice, lo llamaría yo. Quien calla otorga. Acción u omisión.

Pero la gente toma sus decisiones, y no seré yo quien pida explicaciones. No me atrevo, no siento que tenga derecho. Tal vez la próxima vez que me llames para contarme tus penas durante hora y media, debería recordarte las decisiones que tomaste, que no son en balde, que hacen danyo, que deberían tener consecuencias. Pero me conozco, y dudo que lo haga.

Eso sí... mejor no me hables de neutralidad. No podré evitar sonreír. Y pasarte algo de Asimov que leer.

Neutralidad mal resuelta

La gente toma decisiones, todos lo hacemos, y lo que decidimos influye en nuestro entorno. Podemos agarrarnos a una supuesta Neutralidad con mayúsculas, pero no hay posición más difícil -y muchas veces, no hay posición más falsa-. Como en las leyes de la robótica de Asimov, uno puede permitir que a otro le danyen por acción u omisión, y si lo permites en aras de una supuesta neutralidad, en realidad estás tomando partido, y lo estás haciendo por el verdugo. Callar ante un ataque te vuelve cómplice del mismo. Puedes hacerlo, porque no deja de ser una más de las decisiones que tenemos derecho a tomar, pero no sería justo que siguieras alardeando de tu neutralidad cuando, de hecho, sí has tomado partido. Aunque nadie venga a pedirte que rindas cuentas por ello. Sólo lo sabe, y deberías saberlo tú también.

He metido en una cesta todos estos días. Ha habido lágrimas, a pesar de que intenté cenyir la armadura todo lo posible -pero tal vez los golpes vinieron de donde no los esperaba, de aquellos que conocían los huecos de la cota de malla-. Ha habido risas también, risas a ciegas de las que no preguntan porque saben que las respuestas hieren, y eligen -de nuevo decisiones- no pedirle peras al olmo y disfrutar de lo que hay, sin preguntarse por qué es tan poco.

Y seguramente lo que llena la cesta serían las decepciones. Porque aunque una sabe que no debería esperar nada, no lo consigue del todo. Porque aunque una respeta las decisiones tomadas, no las entiende, y se clavan dentro. Porque en algún caso, la deslealtad es sangrante. Yo también me vi en medio, y nunca dejé de defender lo que consideré justo, aunque me costara meses de silencios. Y no me arrepiento, sólo constato lo distintos que somos.

Me hablan de neutralidad y aflora una sonrisa amarga. En su casa, neutralidad. Diez horas frente a setenta y dos, neutralidad. Ceguera voluntaria que no distingue verdugos de víctimas, neutralidad. Silencio cómplice, lo llamaría yo. Quien calla otorga. Acción u omisión.

Pero la gente toma sus decisiones, y no seré yo quien pida explicaciones. No me atrevo, no siento que tenga derecho. Tal vez la próxima vez que me llames para contarme tus penas durante hora y media, debería recordarte las decisiones que tomaste, que no son en balde, que hacen danyo, que deberían tener consecuencias. Pero me conozco, y dudo que lo haga.

Eso sí... mejor no me hables de neutralidad. No podré evitar sonreír. Y pasarte algo de Asimov que leer.

viernes, 2 de diciembre de 2005

Ajustando la armadura

Guerrera de Luis Royo

Quizás no se confirme la tormenta, aunque me extranyaría con este cielo gris, con estas nubes peleonas sobre mí, con este aire a lluvia en el ambiente.

Quizás no se confirme la tormenta... hoy. Puede que la tromba de agua caiga manyana, que los truenos descarguen su furia cuando caiga el sol o cuando despierte de nuevo. Pronto, los pájaros ya han levantado el vuelo.

O quizás, sólo quizás, se aleje la borrasca. Pero no puedo confiar, no sabiendo lo arbitrario de los rayos y su poder destructor, devastador.

Por eso ajusto mi armadura. Cojo aire, una gran bocanada, y tapo puntos flacos. Cota de malla, casco, guanteletes. Nada puede quedar al aire, el enemigo es astuto y ruin y quiere danyar por encima de todo, hemos aprendido eso en una guerra que nunca quisimos librar. Por eso nos encerramos dentro de la pesada estructura metálica, esperando obtener así algo de protección. Si han de llover golpes, al menos que no nos desangren. Aunque dentro apenas puedas respirar, aunque no veas bien, aunque tus movimientos se vuelvan torpes y pesados. No sabrás manejar la espada, nunca quisiste aprender... pero protégete al menos.

Caen las primeras gotas. Ajusta la armadura, pequenya.

[Imagen de Luis Royo]

Ajustando la armadura

Guerrera de Luis Royo

Quizás no se confirme la tormenta, aunque me extranyaría con este cielo gris, con estas nubes peleonas sobre mí, con este aire a lluvia en el ambiente.

Quizás no se confirme la tormenta... hoy. Puede que la tromba de agua caiga manyana, que los truenos descarguen su furia cuando caiga el sol o cuando despierte de nuevo. Pronto, los pájaros ya han levantado el vuelo.

O quizás, sólo quizás, se aleje la borrasca. Pero no puedo confiar, no sabiendo lo arbitrario de los rayos y su poder destructor, devastador.

Por eso ajusto mi armadura. Cojo aire, una gran bocanada, y tapo puntos flacos. Cota de malla, casco, guanteletes. Nada puede quedar al aire, el enemigo es astuto y ruin y quiere danyar por encima de todo, hemos aprendido eso en una guerra que nunca quisimos librar. Por eso nos encerramos dentro de la pesada estructura metálica, esperando obtener así algo de protección. Si han de llover golpes, al menos que no nos desangren. Aunque dentro apenas puedas respirar, aunque no veas bien, aunque tus movimientos se vuelvan torpes y pesados. No sabrás manejar la espada, nunca quisiste aprender... pero protégete al menos.

Caen las primeras gotas. Ajusta la armadura, pequenya.

[Imagen de Luis Royo]