Las plantas no son lo mío.
Yo soñaba con un jardincito y venían a mi cabeza imágenes de mi misma recogiendo flores, con un cesto bajo el brazo y una maravillosa pamela al estilo de la madre de la familia Hollister.
Tras la muerte de una gardenia, un potus y finalmente un cactus tuve que rendirme a la evidencia.
Por este motivo, y en un profundo alarde de auto-conocimiento respecto a mis limitaciones, renuncié a tener margaritas en la jardinera de mi balcón.
Y decidí conformarme con dos molinillos de plástico en forma de flor pinchados en la tierra seca y vieja que ya había.
A lo largo del último año la jardinera únicamente se ha utilizado para ocultar en ella los restos de conjuros absurdos realizados con las amigas en noches de borracheras y como cenicero cuando no puedo dormir y salgo al balcón a fumar.
Esta mañana he descubierto sorprendida que la jardinera está llena de pequeños y frescos tallos verdes.
Todo ello me ha hecho pensar en una frase que escuché hace tiempo en alguna película que no recuerdo: "Incluso en las circunstancias más adversas la vida se abre camino".
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