"El bufón Don Sebastián de Mora", 1643-1644.
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez.
Óleo sobre lienzo. 106 x 81 cm.
Museo del Prado. Madrid. España.
Pues sí la vida de un bajito es muy dura queridos amigos. Os lo digo yo desde mi 1'50.
Tranquilos el próximo post, siguiendo con la línea del físico, se titulará tetazas, jejjee.
Como iba diciendo, la vida es dura sí, pero tiene sus ventajas.
Una de ellas es que siempre llevo un bolso a juego con mis pantalones. No, no es que sea una compradora compulsiva, es que con lo que me sobra de bajo puedo hacerme un bolso. O un monedero, o un estuche, así me convierto en una chica muy chic.
Ahh se siente por las que miden 1'80, ellas no pueden.
Otra ventaja es que en los hoteles no tengo problema con las camas, entro perfectamente, de largo y de ancho, mentes malpensantes. No como mi querido amigo G. que se tiró durmiendo con los pies sobresaliendo de la cama, los tres días que pasamos en Barcelona. Eso le pasa por medir 1'90.
Pero claro todo tiene su lado malo. Las puertas automáticas no se me abren.
Sí es una confesión que me ha costado mucho hacer, pero tengo que hacerlo por los bajitos del mundo. Vas a entran en cualquier tienda o centro comercial ( a mi me odia, especialmente, la puerta de la galería comercial de mi barrio) y la puerta no se abre. Si vas precavido como yo, conservarás tu nariz, pero si eres un optimista nato te darás contra ella.
Y luego ¿qué pasa luego?Bien puedes tener suerte y que no haya nadie en los alrededores, así no tienes espectadores, cuando tienes que dar un paso atrás para que el dichoso aparato sepa que está allí y quieres entrar. Pero claro, la otra opción es que no baste con el paso atrás, y entonces te toque ponerte de puntillas, o dar un saltito o saludar.
Eso no tendría la menor importancia si no te estuviera mirando medio barrio desde dentro de la galería, preguntándose que mal habrá hecho tu madre, para que hayas salido tú así de rara.
Pero amigos, hay algo más, sí.
Cuándo viajas en tren, llegas con la hora justa y los viajeros madrugadores ya han colocado sus maletas en los compartimentos al lado de las puertas. Sólo quedan los compartimentos de encima de los asientos. Y tú con tu maletita, llena por supuesto, sino para qué hacerla.
Miras alrededor, en el pasillo, con tu carita de pena. Todo el mundo sentado, con su carita de sueño y de "yo ya he pillado mi asiento no me mires que no me das pena".
De repente, aparece por el pasillo, sí, mi caballero andante. Míralo con su brillante armadura, con su gran espada, su cabellera medieval al viento y ese halo de luz a su alrededor. Ensayas tu cara de niña buena, se acerca. Y le dices <<¿Me puedes subir la maleta, por favor?>> Todo ésto mientras te acaricias un mechón de pelo y bajas la mirada, como debe hacerlo toda damisela en apuros delante de su caballero. Él, raudo, veloz y agilmente ( es que está muy cachas mi caballero), te sube la maleta y se sienta detrás de ti. Piensas, genial ya está colocadita, luego cuándo me tenga que bajar se lo vuelvo a pedir poniéndole ojitos.
Pero ¿dónde coño ha ido mi caballero?, que se ha bajado el jodío sin avisarme, que sólo quedamos en el vagón una viejecita, otra chica y yo. Por qué me habré dormido, por quéeeeee... A ver tranquila quedan todavía cuatro pueblos para llegar, seguro que el trabajador de renfe te la baja. Queda un pueblo, el de renfe debe estar metiéndose mano con alguna porque hace tres pueblos que no viene. Se levanta la chica, la viejecita nos mira y sopesa inteligentemente que yo no podré bajársela y le pide a la chica que le baje la maleta. Ésta es la mía, ¿si le pongo ojitos me la bajará a mi? quién sabe. >>