Ante un ataque injustificado, uno puede escoger entre devolver el golpe o encontrar razones para ponerse en el lugar del otro y entender el porqué del ataque. Y quizás, después, perdonarlo. No sería la primera vez.
Pero esta vez me está costando, quizá por lo reciente del ataque, quizá también porque no se me ha dado opción a defenderme, ya que el ataque ha sido a mis espaldas.
Me dan ganas de enfrentarme, de decir que a lo mejor es preferible ser una psicópata paranoica que un hipócrita que me pone buena cara cuando piensa esas cosas de mí. Pero sé que no vale la pena, y además en este caso hay más personas implicadas y su relación de amistad me parece más importante que salvaguardar mi orgullo.
Luego están mis monstruos internos, claro, que están siempre pendientes y que reciben esa frase hiriente como una oportunidad de crecerse dentro, de alzarse y ganarme unas cuantas batallas -que no la guerra, en esa últimamente suelo ganar yo-. Y sé que me repetirán las palabras que dijeron de mí, que harán que crezcan en mi cabeza, que den vueltas y más vueltas. Por injustas, por su bilis. Pero siempre soy yo la que tiene que entender.
Hasta que deje de hacerlo. Que no será hoy, hoy volveré a ponerme en su lugar, a entender sus nervios, su estrés, su bastante más que patinazo, y perdonaré, claro, muy en mi papel, por muy tonta que me sienta, por mucho que sus palabras den alas a mi inseguridad, aunque ni siquiera se haya disculpado conmigo -¿qué falta hace?-.
Hasta que deje de hacerlo.
Pero esta vez me está costando, quizá por lo reciente del ataque, quizá también porque no se me ha dado opción a defenderme, ya que el ataque ha sido a mis espaldas.
Me dan ganas de enfrentarme, de decir que a lo mejor es preferible ser una psicópata paranoica que un hipócrita que me pone buena cara cuando piensa esas cosas de mí. Pero sé que no vale la pena, y además en este caso hay más personas implicadas y su relación de amistad me parece más importante que salvaguardar mi orgullo.
Luego están mis monstruos internos, claro, que están siempre pendientes y que reciben esa frase hiriente como una oportunidad de crecerse dentro, de alzarse y ganarme unas cuantas batallas -que no la guerra, en esa últimamente suelo ganar yo-. Y sé que me repetirán las palabras que dijeron de mí, que harán que crezcan en mi cabeza, que den vueltas y más vueltas. Por injustas, por su bilis. Pero siempre soy yo la que tiene que entender.
Hasta que deje de hacerlo. Que no será hoy, hoy volveré a ponerme en su lugar, a entender sus nervios, su estrés, su bastante más que patinazo, y perdonaré, claro, muy en mi papel, por muy tonta que me sienta, por mucho que sus palabras den alas a mi inseguridad, aunque ni siquiera se haya disculpado conmigo -¿qué falta hace?-.
Hasta que deje de hacerlo.
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