Clara, de mirada precipitada aunque tierna, llena de sueños pero contrariada por alguna que otra necesidad, busca a la par trabajo y amor. Por ello, todos los días va de entrevista en entrevista y también repasa el diario local, a la espera de que algún candidato a su corazón, conteste aquel anuncio en clave que se atrevió a publicar en un arrebato de soledad. Clara, que es de naturaleza impaciente, se desespera con facilidad.
Buenos días. Buenos días. Las formas. Un leve toque en el ala de un imaginario sombrero en los hombres, y una grácil reverencia en las damas. No se olvide de las formas, señorita. En esta santa casa los buenos modales son indispensables. Sabe usted. Eso fue lo primero que le dijo el engreído del encargado de aquella tienda cuando, a regañadientes, pero visiblemente impresionado por el tintineo de sus pestañas, accedió a contratarla. Desde ese mismo instante ella tuvo, por un lado, la impresión de que no le había caído en gracia a aquel hombre y, por otro, la certeza de que el susodicho era un antipático.
Alfred lleva tantos años siendo eficaz a jornada completa, que apenas le dedica tiempo a soñar. Su función de encargado de la más distinguida tienda de la ciudad, es una responsabilidad incompatible con el capricho de tener caprichos. Su vida, insípida y profesional, se desenvuelve entre bolsos y maletas, pitilleras de plata y bomboneras musicales. A pesar de ello guarda un par de celosos secretos; sus pinitos literarios, y el hecho de que, bajo el forzado pseudónimo de poetaenamorado, está buscando novia en la sección de contactos de un periódico. Es un ser incompleto, este Alfred.
Hoy, que es viernes, tanto la una como el otro le han solicitado al dueño salir un poco antes. Motivos personales, han alegado. El caso es que ambos tienen una prometedora cita a ciegas.
Buenos días. Buenos días. Las formas. Un leve toque en el ala de un imaginario sombrero en los hombres, y una grácil reverencia en las damas. No se olvide de las formas, señorita. En esta santa casa los buenos modales son indispensables. Sabe usted. Eso fue lo primero que le dijo el engreído del encargado de aquella tienda cuando, a regañadientes, pero visiblemente impresionado por el tintineo de sus pestañas, accedió a contratarla. Desde ese mismo instante ella tuvo, por un lado, la impresión de que no le había caído en gracia a aquel hombre y, por otro, la certeza de que el susodicho era un antipático.
Alfred lleva tantos años siendo eficaz a jornada completa, que apenas le dedica tiempo a soñar. Su función de encargado de la más distinguida tienda de la ciudad, es una responsabilidad incompatible con el capricho de tener caprichos. Su vida, insípida y profesional, se desenvuelve entre bolsos y maletas, pitilleras de plata y bomboneras musicales. A pesar de ello guarda un par de celosos secretos; sus pinitos literarios, y el hecho de que, bajo el forzado pseudónimo de poetaenamorado, está buscando novia en la sección de contactos de un periódico. Es un ser incompleto, este Alfred.
Hoy, que es viernes, tanto la una como el otro le han solicitado al dueño salir un poco antes. Motivos personales, han alegado. El caso es que ambos tienen una prometedora cita a ciegas.
The shop around the corner.- 1940.- Ernst Lubitsch
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