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miércoles, 24 de junio de 2009

Hasta lo más alto


Desde la azotea de un colosal edificio acristalado, de líneas aparentemente frágiles pero de porte imponente, Howard le echa un vistazo a la inmensidad que le rodea. Allí arriba, en mangas de camisa y con el torso perlado por el fruto del esfuerzo, compone la viva imagen de un triunfador. En su mirada no hay soberbia, pero si una inevitable y confesa vanidad, tras saberse vencedor en la batalla contra lo caduco y lo inmovilista.
El ascenso ha resultado todo menos fácil, piensa Howard mientras su rostro adquiere por un segundo un mohín melancólico. Si ha llegado hasta allí, piensa, ha sido gracias a sus valientes ideas plasmadas milimétricamente en el papel, a los gruesos trazos de perseverancia dibujados a cartabón y escuadra, y a su integridad, a su inquebrantable integridad, sujeta siempre a las leyes exactas del rigor, la tozudez y la renuncia a una vida plácida y banal. Cierto es que en el camino más de una vez se le desgarraron las costuras del ánimo y que se dejó jirones de una dignidad maltrecha. Y que incluso a punto estuvo de perder a Dominique, la única persona capaz de disputarle a su trabajo un segundo de su atención. Pero visto lo visto, el esfuerzo valió la pena.
Hoy, en lo alto de esta estructura desafiante, el viento mece por fin las crines de su éxito. Lo tiene todo. Hasta Dominique, admiradora y esposa, le espera en casa.

The Fountainhead.- 1949.- King Vidor

miércoles, 10 de junio de 2009

El tiempo pasará


Detrás de aquel rostro pétreo de sonrisa ausente, me costó reconocer al hombre del que una vez me enamoré. Se le notaba cansado, magullado y descreído, como si por fin fuera consciente de que su destino era no ganar ninguna guerra. Algo tuve que ver yo con el dolor que le concomía. Pero bien por vanidad, bien por no descubrirme infeliz en mi presente, lo cierto es que tardé en asumir mi parte de culpa. Lo reconozco. Al igual que admito que una vez que lo hice, acepté sin rubor el hecho de que sin él, no llego ni tan siquiera a ser yo misma.
Ahora, abrazados ya bajo la tibieza de la noche africana, volvemos a querernos sin memoria. Dejándome llevar por deseos retomados, intento provocar en él la sonrisa plácida y relajada que tienen los amantes, y le digo que ya no volveré a separarme de él. Le digo también, con mimos en los labios, que estaremos juntos hasta el final de nuestros días. Y le digo que le quiero, y le beso. Pero no lo consigo. Él no cambia su gesto adusto, sino todo lo contrario. Calla como si supiera algo que yo no sé, como si tras su escandaloso silencio se escondiera toda la verdad de este mundo.
Que me devoren tus ojos esta noche. Me ruega, tierno, como única respuesta.
Mientras, los compases de una suave melodía al piano, me recuerdan el inevitable paso del tiempo.
Casablanca.- 1942.- Michael Curtiz

miércoles, 27 de mayo de 2009

Un hombre


Un hombre recorre las últimas dos millas que le separan de aquel hogar que recuerda como suyo. Es de noche y viene cansado. Allí le esperan una madre vieja, una chiquillería inquieta, y una tierra difícil pero propia. Ante la proximidad, sonríe.
Pero ha vuelto en tiempos de escasez. Los campos se mueren de sed. El viento, soez a veces, obtuso e ingrato siempre, ha arrasado con todo, y ha convertido la antigua dicha en un erial. Donde hubo pan, no queda más que una árida desesperanza, y donde antes hubo fe, hasta la vocación de los predicadores se pierde ahora en un horizonte lejano y quejumbroso.
Así que el hombre recoge las cuatro pertenencias que son sombra de los buenos tiempos, y con el gesto fruncido y el alma resignada, marcha en pos de un nuevo paraíso. Se lleva consigo a la madre vieja, a la chiquillería cansada, y el polvo que desprende aquella tierra de la que se siente desahuciado.
En su vagar, se enfrenta con saña al sol ardiente y al bolsillo vacío. Pelea con uñas y dientes cada pedazo de pan que cae en sus manos. Y disputa, contra todos los braceros de este mundo, míseros trabajos de a cinco centavos la hora. Nada consigue, más allá de una agria desazón, alguna que otra cicatriz, y la certeza de que la tierra prometida es sólo un mito para incautos.
Siempre de noche, el hombre vuelve a colgarse el hatillo a la espalda y se aleja impotente. Atrás deja, quien sabe si para siempre, a la madre vieja, a la chiquillería en lágrimas, y a una tierra tozuda que le niega la posibilidad de volver a ser amable.
Mientras cruza campos yermos sembrados por fantasmas del ayer, mientras come mal y duerme incómodo, el hombre quisiera soñar con un futuro que tuviera el mismo tono simpático, que el del color azul de sus ojos.

The grapes of wrath.- 1940.- John Ford

miércoles, 13 de mayo de 2009

Donde viven las palomas


Terry ha vuelto a subir a la azotea. Le encanta. Allí arriba, al cobijo de un cielo roto por el humo de las acererías, disfruta como un crío columpiándose en el murmullo ronco de las sirenas de los mercantes que van y vienen por aquel mar industrial, y dejándose vencer más tarde por ese tono de nana que tiene el sencillo arrullo de las palomas.
Y es que abajo, entre los sucios rincones que configuran ese herrumbroso muelle que hiere de hambre y mata de indignidad, hombres muy parecidos a él, viven sometidos a la silenciosa mezquindad del día a día. Cada vez que desciende, por ejemplo, a Terry se le mueren los sueños antes de nacer, ha de cambiar favores por puñetazos, y vive constantemente arrepentido por haber tenido que jugar alguna que otra vez al juego de las traiciones.
También es cierto, que fue allí abajo donde conoció a Edie. Todo hay que decirlo.
Si pudiera, Terry sólo bajaría de las azoteas para pasear de la mano de Edie. En su compañía se siente tan bien, como cuando está allí arriba haciendo volar a las palomas. La observa con embeleso mientras anda, se enreda entre sus mechones a la más mínima, y se ruboriza infantil cuando los ojos de Edie le miran. Junto a ella es capaz, incluso, de romper a gritos el silencio que exigen quienes siempre piden cosas a cambio.
Terry, hombre duro y silencioso, necesita mucha ternura si quiere aprender a vivir a ras del suelo. Y Edie es todo ternura.

* Este relato se hubiera podido titular "El sitio de (su) recreo". Descanse en Paz, A.V.

On the Waterfront.- 1954.- Elia Kazan

miércoles, 29 de abril de 2009

El hilarante caso de Clara y Alfred

Clara, de mirada precipitada aunque tierna, llena de sueños pero contrariada por alguna que otra necesidad, busca a la par trabajo y amor. Por ello, todos los días va de entrevista en entrevista y también repasa el diario local, a la espera de que algún candidato a su corazón, conteste aquel anuncio en clave que se atrevió a publicar en un arrebato de soledad. Clara, que es de naturaleza impaciente, se desespera con facilidad.
Buenos días. Buenos días. Las formas. Un leve toque en el ala de un imaginario sombrero en los hombres, y una grácil reverencia en las damas. No se olvide de las formas, señorita. En esta santa casa los buenos modales son indispensables. Sabe usted. Eso fue lo primero que le dijo el engreído del encargado de aquella tienda cuando, a regañadientes, pero visiblemente impresionado por el tintineo de sus pestañas, accedió a contratarla. Desde ese mismo instante ella tuvo, por un lado, la impresión de que no le había caído en gracia a aquel hombre y, por otro, la certeza de que el susodicho era un antipático.
Alfred lleva tantos años siendo eficaz a jornada completa, que apenas le dedica tiempo a soñar. Su función de encargado de la más distinguida tienda de la ciudad, es una responsabilidad incompatible con el capricho de tener caprichos. Su vida, insípida y profesional, se desenvuelve entre bolsos y maletas, pitilleras de plata y bomboneras musicales. A pesar de ello guarda un par de celosos secretos; sus pinitos literarios, y el hecho de que, bajo el forzado pseudónimo de poetaenamorado, está buscando novia en la sección de contactos de un periódico. Es un ser incompleto, este Alfred.
Hoy, que es viernes, tanto la una como el otro le han solicitado al dueño salir un poco antes. Motivos personales, han alegado. El caso es que ambos tienen una prometedora cita a ciegas.

The shop around the corner.- 1940.- Ernst Lubitsch

miércoles, 15 de abril de 2009

Monstruos y ninfas


Ayer era el chófer de la familia, y hoy calienta el catre de la viuda, con la inocencia de un eunuco. Es un hombre de proporciones desmedidas y facciones bobas. Pulcro en el vestir, desconfiado en su silencio, y parco en el trato.
He de hacer un recado. Me dejas las llaves del coche, mi amor. Le ruega a aquella mujer adusta y siempre fea. No sirves para nada, idiota. Escucha avergonzado. Ni para darme hijos has servido. Le escupe, negándole hasta la mirada. Y con una voz castrada e infantil, impropia de un gigante de casi dos metros, balbucea imprecisiones que acaban en disculpa, esconde sus manos sudorosas en la espalda y, lloriqueando ridículo, se escapa de allí, inventándose un pretexto que le permita salir a buscar fuera, el aire que no encuentra en casa.
Se ha hecho la tarde. Una suave brisa primaveral aligera el paso de las horas y acerca desde las cumbres cercanas el último suspiro del frío invierno. Sentado en el lóbrego cadillac familiar, y embozado en un oscuro abrigo que le confiere un aspecto justamente siniestro, ahora el monstruo sonríe. Y lo hace mientras mira embelesado cómo su nueva ninfa, tras salir del colegio, juega a las muñecas, un tanto alejada de las últimas casas del pueblo. Como a todas las demás, a ésta también ha tardado meses en dar con ella. La ha buscado sin prisas, y con la brillante meticulosidad del viajante puntilloso. Siempre es igual. Las encuentra, se enternece al verles esos ojillos despiertos, se gana su confianza con unos bombones, y les arranca una sonrisa mediante divertidos trucos de magia.
Mañana, desde el oscuro interior del bosquecillo que separa el pueblo de la carretera principal, llegará el hedor de la muerte. No será la primera niña que se encuenta con un delicado corte de navaja en la garganta. Hasta la fecha, todas son rubias y de no más de diez años.

El cebo.- 1958.- Ladislao Vadja.

miércoles, 25 de marzo de 2009

El glamour de los vampiros


Vivo una vida a deshoras, improvisada tras unas gafas negras que ocultan el vacío y tamizan las carencias. Una vida bendecida con champán caro y amenizada por una orquesta frenética, en la que abundan los bufones en busca de migajas, los amores fingidos y el perfume francés. Una vida de entrevistas pactadas, de primeros planos, y de segundas tomas. Una vida salpicada de putas y efebos, de caprichosos excesos, y de extravagantes sinsentidos.
Juro que hubo un tiempo en el que quise ser algo más. Un escritor renombrado, por ejemplo, un intelectual pausado que fuera referente. Pero me rendí pronto, y ahora no me resigno a no ser uno de ellos. Le debo de haber salido a mi padre. Recuerdo que siendo yo pequeño, él no paraba nunca en casa y mi madre se hartaba a llorar. Quizá éste sea el motivo por el que rechazo el amor viscoso, maternal y mediocre que me ofrece Enma, y me quedo con el fugaz orgasmo que proporcionan la última tendencia, el rumor morboso y el flash oportuno. Para no acabar haciéndole mas daño.
No me miento. Sé lo que soy y lo que quiero acabar siendo. Por eso, cuando llegue el momento de rendir cuentas, no dudaré en reconocerme un cobarde. Admitiré sin ningún problema haber sido una alimaña que se alimentó de insustanciales sueños. Y aceptaré sin sonrojo haber escapado de la sencillez, y haber rechazado la inocencia. Siempre y cuando, claro está, me paguen bien la exclusiva.
Pero mientras ello sucede, el amargo regusto de una noche loca, se disuelve en la tibia e inocente madrugada. Sentado a la orilla del mar, vistiendo con desaliño resacoso un esmoquin blanco prestado, veo como la vida despierta y se suma al cortejo que ha de llevar a sus lúgubres reposos, a estos vampiros a los que acompaño. Mientras el día amanece, el ruidoso griterío de lo frívolo, comienza a sofocarse.
La dolce vita.- 1960.- Federico Fellini

miércoles, 11 de marzo de 2009

La frágil consistencia


Se conocieron en comisaría. La declaración comenzó de noche, a esas horas en las que lo turbio toma patente de corso, y no terminó hasta bien amanecido el día. Dick no llegó a convencerles de su inocencia.
Dick es un tipo ingenioso y cáustico. Laurel es rubia, y bella sin condiciones. Dick es un escritor, de ésos que aseguran sin recato que este mundo mediocre no se merece su arte. Laurel es de ese tipo de mujer que encandila sin ni tan siquiera insinuarse. Él es un ególatra tan simpático, por aquello del buen manejo de su discurso, como peligroso, pues no soporta ni el más mínimo desaire. Ella, de mirada profunda y de intenciones insondables, es inteligente, paciente y tiene ese punto de atrevimiento que se les escapa a las mujeres que sueñan con ser chicas malas. A ella, lo que más le cautiva de él, es esa arrogancia tan propia de los que se saben únicos. A él, ella le atrajo desde la primera vez que la vio andar con esos aires de sobrada apostura.
La gente les ve enamorados. De un par de meses a esta parte no se separan el uno del otro, y andan a todas horas dedicándose apasionados arrumacos. Ella le mira a él con embeleso y admiración, y él aplaca su carácter en las insensatas curvas de la feminidad de ella. Cualquiera diría que lo que les une tiene visos de perpetuidad, y que juntos hubieran alcanzado ya su Arcadia. De hecho, Laurel, más allá de ser su musa, se ha convertido también en la oportuna coartada de Dick, pues con toda su rubia contundencia, declaró solícita a su favor.
Hace un par de noches, y tras un leve incidente automovilístico, Dick golpeó como un salvaje a otro conductor que se atrevió a hacerle un insignificante desprecio. Laurel se asustó tanto al verle tan fuera de sí, que ha comenzado a sopesar la posibilidad de que Dick sea el monstruo que algunos dicen que es. De ahí que cuando esta mañana él le ha pedido en matrimonio, ella no haya sabido qué responderle, provocando que la mirada de Dick se tiñese de una cólera espantosa.

In a lonely place.- 1950.- Nicholas Ray

miércoles, 25 de febrero de 2009

Al final


Apenas quedan un par de minutos, y...
Stazione Termini.- 1953.- Vittorio De Sica

miércoles, 11 de febrero de 2009

Hansel y Grettel no pueden dormir


La tierra no da frutos y...
The night of the hunter.- 1955.- Charles Laughton

miércoles, 28 de enero de 2009

En tiempos de crisis


En este Madrid de las tres misas diarias,...
F. Machuca, contó.
El pisito.- 1959.- Marco Ferreri & Isidoro M. Ferry

miércoles, 14 de enero de 2009

El hombre prodigioso


Es un hombre silencioso y apocado,...

A la salud de Alfredo y de su blog.

The thirty-nine Steps.- 1935.- Alfred Hitchcock

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Alas


En lo más profundo del firmamento, sumidos en las distancias siderales y ocultos entre el fulgor de todos los astros, los dioses debaten estrategias paternales.
En su magnificencia, hoy se han fijado en el mayor de los Bailey. El joven necesita ayuda y, además, se la merece, después de haber demostrado sobradamente, que una vida de sacrificio por el prójimo no te hace más feliz, pero sí mejor persona. La cuestión se centra ahora, en elegir al aspirante más adecuado para llevar a cabo el cometido, entre todos los que esperan ansiosos su oportunidad en la antesala de lo sublime.
El viejo Clarence, es uno de los aspirantes a ángel. Poco se conoce de sus andanzas terrenales, aunque a buen seguro éstas no fueron reseñables desde el punto de vista de lo singular. Un matrimonio tranquilo, un trabajo anodino, dos hijos con pocas luces pero simpáticos. Poco más. Una vez en el cielo, gracias a su tierna mirada y a sus cándidas torpezas, no tardó en hacerse querer. Sin embargo, hasta ahora no se había hecho merecedor de encargo alguno, debido a que el bendito tiene el coeficiente intelectual de un conejo.
Pero hoy es navidad, y los dioses, jugando a ser sensibles en tan entrañables fechas, han pensado en él en una suerte de arriesgada apuesta que, conscientes, les puede salir rana. Así pues, la misión consistirá en bajar a la tierra en esta noche tan tempestuosa, y hacerle ver a George el gravísimo error que supondría que optara por dejar de sufrir.
Se las ganará o no, dudan los dioses para desgracia del mayor de los Bailey, pero lo que está claro es que, cuanto menos, a Clarence sus alas le van a costar un buen resfriado.

It's a wonderful life.- 1946.- Frank Capra

miércoles, 3 de diciembre de 2008

La botella


Que por qué. Pues porque...
The lost weekend.- 1945.- Billy Wilder

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Al cruzar el río


Millones de mugidos. Millones de...
Red River.- 1948.- Howard Hawks

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El buen ladrón


En este pueblo, la gente es de...

Los jueves milagro.- 1957.- Luís Gª Berlanga

miércoles, 22 de octubre de 2008

Batallas perdidas


Mi infancia fue la de...

Roma città aperta.- 1945.-Roberto Rossellini

miércoles, 8 de octubre de 2008

El viaje imposible


Cuando decidí emprenderlo, yo...
Out of the past.- 1947.- Jacques Tourneur

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Las murallas de Jericó


Corría el tiempo en el que...

It Happened One Night.- 1934.- Frank Capra

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Dónde se esconde mi alma


Soy hombre de rostro suave...


The picture of Dorian Gray.- 1945. Albert Lewin