Desde la azotea de un colosal edificio acristalado, de líneas aparentemente frágiles pero de porte imponente, Howard le echa un vistazo a la inmensidad que le rodea. Allí arriba, en mangas de camisa y con el torso perlado por el fruto del esfuerzo, compone la viva imagen de un triunfador. En su mirada no hay soberbia, pero si una inevitable y confesa vanidad, tras saberse vencedor en la batalla contra lo caduco y lo inmovilista.
El ascenso ha resultado todo menos fácil, piensa Howard mientras su rostro adquiere por un segundo un mohín melancólico. Si ha llegado hasta allí, piensa, ha sido gracias a sus valientes ideas plasmadas milimétricamente en el papel, a los gruesos trazos de perseverancia dibujados a cartabón y escuadra, y a su integridad, a su inquebrantable integridad, sujeta siempre a las leyes exactas del rigor, la tozudez y la renuncia a una vida plácida y banal. Cierto es que en el camino más de una vez se le desgarraron las costuras del ánimo y que se dejó jirones de una dignidad maltrecha. Y que incluso a punto estuvo de perder a Dominique, la única persona capaz de disputarle a su trabajo un segundo de su atención. Pero visto lo visto, el esfuerzo valió la pena.
Hoy, en lo alto de esta estructura desafiante, el viento mece por fin las crines de su éxito. Lo tiene todo. Hasta Dominique, admiradora y esposa, le espera en casa.
The Fountainhead.- 1949.- King Vidor
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