Anthony de Mello fue un... bueno, un Hombre (primera frase y primeras dudas: un sacerdote? un escritor? un místico? un sabio?), nacido en Bombay en 1931 y fallecido en Nueva York en 1987. Fue sacerdote Jesuita, hombre espiritual, narrador de historias, juglar de luz, buscador de experiencias, de vivencias más allá de las estrechas miras de una sola Iglesia, siempre muros. Tal vez una buena descripción sea la que da él mismo en la introducción/dedicatoria a una de sus mejores obras, "El Canto del Pájaro":
Obviamente, por mucho que el pobre de Mello dijera reconocer a la Iglesia Católica como Madre, ésta no tardó en desentenderse de él como Hijo, y tras su muerte lanzaron varios comunicados hablando de lo peligrosa que era su obra. Si mal no recuerdo, llegaron a excomulgarle. No era de extranyar, demasiada lucidez para estar encerrada entre los muros de la Iglesia, brillaba más allá de sus límites.
Hoy quería traer a este espacio una de sus historias, que voy a transcribir íntegro. Siéntate, deja que te cuente...
Estoy en una fase por la que ya he pasado, yo que soy tan cíclica, yo que me conozco mejor que si me hubiera parido, yo que leo en mí con la misma facilidad con la que un adivino del Retiro dice ver tu futuro en las líneas de tu mano. Y es la fase de etiquetarme, de pensar en mi etiqueta, de volver a ella una y mil veces. Cuando estoy en esta fase, siempre me da por buscar -aún- más cosas sobre etiquetas de esas que te ponen y que se pegan a ti, se clavan en tu pecho con un alfiler y esconden todo lo demás que eres, reduciéndote a un nombre, a un diagnóstico, a una etiqueta incompleta, siempre incompleta. Y busco en ellas la evolución prevista, las causas, la prevalencia, los factores biológico-genéticos, socioculturales, psicológico-ambientales, juas. Me busco en la Red, no a mí, a mi etiqueta, que nunca sé hasta qué punto soy yo. Y me convenzo de nuevo de que no son más que etiquetas, sólo etiquetas. Quien se contenta con leer la etiqueta de la botella no se embriaga con el vino. Quien se queda con la etiqueta de flor, no huele su aroma. La etiqueta que dice sol no habla acerca de la calidez de sus rayos, y no por eso el sol deja de calentar en caricia.
Y eso... que se me puede encontrar aquí. Perdida en una de tantas etiquetas que atan. Como muchos más de los que nos imaginamos, de hecho. Etiquetas, sólo etiquetas. Y me pongo el cuento para acordarme, yo también. Fabricantes de etiquetas. Etiquetas siempre a medias, siempre incompletas. Etiquetas-cadena, etiquetas-candado. Bah.
No puedo ocultar a mis lectores el hecho de que yo soy un sacerdote de la Iglesia Católica, que me he adentrado con toda libertad en tradiciones místicas no cristianas y que éstas me han influenciado y enriquecido profundamente. A pesar de lo cual, nunca he dejado de volver a mi Iglesia, que es mi verdadero hogar espiritual; y aunque me doy perfecta cuenta (a veces con auténtico asombro) de sus limitaciones y de su ocasional estrechez, también soy perfectamente consciente de que ha sido ella la que me ha formado, me ha moldeado y ha hecho de mí lo que soy.En varios de sus libros recoge cuentos de distintas tradiciones, a veces con una valoración propia aun recomendándote buscar tú mismo la tuya (Come tú mismo la fruta - dice - no dejes que otros la mastiquen por ti). Bebe del hinduismo, de antiguas fábulas cristianas, cuentos zen, aquí y allá. Habla de lo maravilloso de cada cosa, de trascender las apariencias, de vivir el instante, de construir tu propia relación con tu Dios, de la divinidad que está en ti, de lo innecesario de seguir caminos marcados por otros. Habla de la Vida, del Amor, de las Verdades (nunca una), de mil cosas. Muchas no las siento propias, porque yo no soy religiosa... pero si lo fuera, sería de esta manera en que él habla, sin más doctrina que la propia, sin mediadores entre mi Dios y yo, sin instrucciones.
Obviamente, por mucho que el pobre de Mello dijera reconocer a la Iglesia Católica como Madre, ésta no tardó en desentenderse de él como Hijo, y tras su muerte lanzaron varios comunicados hablando de lo peligrosa que era su obra. Si mal no recuerdo, llegaron a excomulgarle. No era de extranyar, demasiada lucidez para estar encerrada entre los muros de la Iglesia, brillaba más allá de sus límites.
Hoy quería traer a este espacio una de sus historias, que voy a transcribir íntegro. Siéntate, deja que te cuente...
FABRICANTES DE ETIQUETAS
La vida es como una botella de buen vino.
Algunos se contentan con leer la etiqueta.
Otros prefieren probar su contenido.
En cierta ocasión mostró Buda una flor a sus discípulos y les pidió que dijeran algo acerca de ella.
Ellos estuvieron un rato contemplándola en silencio.
Uno pronunció una conferencia filosófica sobre la flor. Otro creó un poema. Otro ideó una parábola. Todos tratando de quedar por encima de los demás.
¡Fabricantes de etiquetas!
Mahakashyap miró la flor, sonrió y no dijo nada.
Sólo él la había visto.
¡Si tan sólo pudiera probar un pájaro,
una flor,
un árbol, un rostro humano...!
Pero, ¡ay! No tengo tiempo. Estoy demasiado ocupado en aprender a descifrar etiquetas y en producir las mías propias. Pero ni siquiera una vez he sido capaz de embriagarme con el vino.
La vida es como una botella de buen vino.
Algunos se contentan con leer la etiqueta.
Otros prefieren probar su contenido.
En cierta ocasión mostró Buda una flor a sus discípulos y les pidió que dijeran algo acerca de ella.
Ellos estuvieron un rato contemplándola en silencio.
Uno pronunció una conferencia filosófica sobre la flor. Otro creó un poema. Otro ideó una parábola. Todos tratando de quedar por encima de los demás.
¡Fabricantes de etiquetas!
Mahakashyap miró la flor, sonrió y no dijo nada.
Sólo él la había visto.
¡Si tan sólo pudiera probar un pájaro,
una flor,
un árbol, un rostro humano...!
Pero, ¡ay! No tengo tiempo. Estoy demasiado ocupado en aprender a descifrar etiquetas y en producir las mías propias. Pero ni siquiera una vez he sido capaz de embriagarme con el vino.
Estoy en una fase por la que ya he pasado, yo que soy tan cíclica, yo que me conozco mejor que si me hubiera parido, yo que leo en mí con la misma facilidad con la que un adivino del Retiro dice ver tu futuro en las líneas de tu mano. Y es la fase de etiquetarme, de pensar en mi etiqueta, de volver a ella una y mil veces. Cuando estoy en esta fase, siempre me da por buscar -aún- más cosas sobre etiquetas de esas que te ponen y que se pegan a ti, se clavan en tu pecho con un alfiler y esconden todo lo demás que eres, reduciéndote a un nombre, a un diagnóstico, a una etiqueta incompleta, siempre incompleta. Y busco en ellas la evolución prevista, las causas, la prevalencia, los factores biológico-genéticos, socioculturales, psicológico-ambientales, juas. Me busco en la Red, no a mí, a mi etiqueta, que nunca sé hasta qué punto soy yo. Y me convenzo de nuevo de que no son más que etiquetas, sólo etiquetas. Quien se contenta con leer la etiqueta de la botella no se embriaga con el vino. Quien se queda con la etiqueta de flor, no huele su aroma. La etiqueta que dice sol no habla acerca de la calidez de sus rayos, y no por eso el sol deja de calentar en caricia.
Y eso... que se me puede encontrar aquí. Perdida en una de tantas etiquetas que atan. Como muchos más de los que nos imaginamos, de hecho. Etiquetas, sólo etiquetas. Y me pongo el cuento para acordarme, yo también. Fabricantes de etiquetas. Etiquetas siempre a medias, siempre incompletas. Etiquetas-cadena, etiquetas-candado. Bah.
No hay comentarios:
Publicar un comentario