Todo empezó con la oferta de una amiga de regalarnos unos bonos de hotel que le daban en su trabajo, por eso de que no caducaran y porque compartir es sano, o algo (y porque es buena gente también, y esto NO ES peloteo por si cae alguno de los bonos del talonario del anyo que viene, no piensen mal). Así que tocaba buscar destino... y mis ojos bajaron por el mapa hasta Granada, que sólo había visitado una vez (y mi acompanyante ninguna), que disfruté un montón de esa única visita y donde tengo algún amigo al que hacía demasiado que no le daba un buen abrazo.
Segundo paso: contactar con los amigos de Granada para ver qué fin de semana les venía mejor. Cuadrar fechas, este finde no puedo, éste otro tampoco... hasta el adjudicado. Y poco más: preparar maletas, echar gasolina en el coche, sacarse un par de mapas de la ruta a seguir, escoger la música para el viaje, y carretera y manta.
Ése fue el comienzo para un fin de semana estupendo, de recargar pilas, la burbuja perfecta, irisada, de la que hablaba en otro post. Desde el viaje, genial companyía, buena música -no todos opinarían lo mismo, lo sé-, y el siempre tranquilizador run-run del coche en marcha... hasta cada momento en Granada, el hotelazo que nos acogió, el otro hotelito lleno de encanto en el que disfrutamos de cervezas y buen jamón, la catedral, la Alhambra, impresionante, magnífica, resplandeciente Alhambra... y las risas, conocer a la hija de mi amigo -la primera vez que le vi en persona sólo era novio de su actual mujer y madre de su hija!-, la noche de fiesta, el cálido abrazo de despedida... todo. Redondo.
Granada es una ciudad para vivir, para pasearla, para evitar el coche -por todos los medios, por favor, el centro está lleno de calles en obras y todo son direcciones prohibidas, es im-po-si-ble moverse en coche!-; para disfrutar de los rincones, de las teterías de alrededor de la calle Elvira, en pleno Albaicín; de las calles que rodean a la catedral y que te transportan a otras tierras, donde los relojes ya no importan y simplemente dejas que tus pies te vayan llevando atraídos por unas telas allí, unas babuchas allá... Es una ciudad donde te podrías ir a estudiar un anyo de carrera, perfectamente, sin pensártelo dos veces -claro que para eso tendría que estar estudiando una carrera!-, tiene vida nocturna y vida por el día...
...y las tapas. Ese irte de canyas al mediodía y comer simplemente con las tapas que te ponen. Un plato de migas, o de paella, unas alitas de pollo... así porque sí. Una canya, una tapa. Y si no te la ponen automáticamente, haces como hacía nuestro amigo granaíno, la pides tú, y siguen sin cobrártela.
Y Granada tiene algo más, claro. La Alhambra. Impresionante. Una manyana entera para verla, disfrutarla, patear cada rincón. El Generalife, los Palacios Nazaríes, la Alcazaba. Grande, grande. El rumor del agua siempre presente, el agua de la vida. Los arcos, las paredes, los techos tallados, el yeso esculpido... una obra de Arte inmensa. Y unas vistas de la ciudad, abajo, a los pies del palacio... precioso. Aunque ya la conocía -en parte, porque la vez anterior la visité por la noche y no la abren al completo- volvió a dejarme boquiabierta primero, y con una enorme sonrisa en los labios después. Y paseando por ahí casi entendías la tristeza de Boabdil renunciando a su ciudad y entregando las llaves... todo un trauma!
Y esto fue (un poquito de) mi fin de semana en Granada. Hace ya unas semanas de él y sin embargo, aún consigue tenerme un rato sonriendo, como al escribir este post, recordando momentos y ordenándolos en mi cabeza. O cuando me pierdo entre las imágenes, y seguro que más aún cuando consiga hacerme un CD con las fotos que quiero llevar a la tienda para tenerlas en papel y guardarlas en un álbum (sigo teniendo carinyo a las fotos de toda la vida, qué le vamos a hacer, en el ordenador... no es lo mismo).
Y poco más. Que lo rescato ahora porque forma parte de esa otra parte de mí que a veces queda relegada atrás en favor de la parte más gris, más oscura, más triste. Y porque no quiero que se pierdan esos buenos momentos... y porque quería compartirlos un poco con quienes me leeis :-)
Segundo paso: contactar con los amigos de Granada para ver qué fin de semana les venía mejor. Cuadrar fechas, este finde no puedo, éste otro tampoco... hasta el adjudicado. Y poco más: preparar maletas, echar gasolina en el coche, sacarse un par de mapas de la ruta a seguir, escoger la música para el viaje, y carretera y manta.
Ése fue el comienzo para un fin de semana estupendo, de recargar pilas, la burbuja perfecta, irisada, de la que hablaba en otro post. Desde el viaje, genial companyía, buena música -no todos opinarían lo mismo, lo sé-, y el siempre tranquilizador run-run del coche en marcha... hasta cada momento en Granada, el hotelazo que nos acogió, el otro hotelito lleno de encanto en el que disfrutamos de cervezas y buen jamón, la catedral, la Alhambra, impresionante, magnífica, resplandeciente Alhambra... y las risas, conocer a la hija de mi amigo -la primera vez que le vi en persona sólo era novio de su actual mujer y madre de su hija!-, la noche de fiesta, el cálido abrazo de despedida... todo. Redondo.
Granada es una ciudad para vivir, para pasearla, para evitar el coche -por todos los medios, por favor, el centro está lleno de calles en obras y todo son direcciones prohibidas, es im-po-si-ble moverse en coche!-; para disfrutar de los rincones, de las teterías de alrededor de la calle Elvira, en pleno Albaicín; de las calles que rodean a la catedral y que te transportan a otras tierras, donde los relojes ya no importan y simplemente dejas que tus pies te vayan llevando atraídos por unas telas allí, unas babuchas allá... Es una ciudad donde te podrías ir a estudiar un anyo de carrera, perfectamente, sin pensártelo dos veces -claro que para eso tendría que estar estudiando una carrera!-, tiene vida nocturna y vida por el día...
...y las tapas. Ese irte de canyas al mediodía y comer simplemente con las tapas que te ponen. Un plato de migas, o de paella, unas alitas de pollo... así porque sí. Una canya, una tapa. Y si no te la ponen automáticamente, haces como hacía nuestro amigo granaíno, la pides tú, y siguen sin cobrártela.
Y Granada tiene algo más, claro. La Alhambra. Impresionante. Una manyana entera para verla, disfrutarla, patear cada rincón. El Generalife, los Palacios Nazaríes, la Alcazaba. Grande, grande. El rumor del agua siempre presente, el agua de la vida. Los arcos, las paredes, los techos tallados, el yeso esculpido... una obra de Arte inmensa. Y unas vistas de la ciudad, abajo, a los pies del palacio... precioso. Aunque ya la conocía -en parte, porque la vez anterior la visité por la noche y no la abren al completo- volvió a dejarme boquiabierta primero, y con una enorme sonrisa en los labios después. Y paseando por ahí casi entendías la tristeza de Boabdil renunciando a su ciudad y entregando las llaves... todo un trauma!
Y esto fue (un poquito de) mi fin de semana en Granada. Hace ya unas semanas de él y sin embargo, aún consigue tenerme un rato sonriendo, como al escribir este post, recordando momentos y ordenándolos en mi cabeza. O cuando me pierdo entre las imágenes, y seguro que más aún cuando consiga hacerme un CD con las fotos que quiero llevar a la tienda para tenerlas en papel y guardarlas en un álbum (sigo teniendo carinyo a las fotos de toda la vida, qué le vamos a hacer, en el ordenador... no es lo mismo).
Y poco más. Que lo rescato ahora porque forma parte de esa otra parte de mí que a veces queda relegada atrás en favor de la parte más gris, más oscura, más triste. Y porque no quiero que se pierdan esos buenos momentos... y porque quería compartirlos un poco con quienes me leeis :-)
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