El primer recuerdo que tengo que tiene relación con el día de San Valentín es de cuando era pequenya, en clase de inglés. Hacíamos tarjetas sobre la amistad y luego cada uno íbamos repartiendo las tarjetas entre las mesas de los companyeros. Acabábamos todos con muchas tarjetas que metíamos en un sobre y nos llevábamos a casa, todo sonrisas, aunque al día siguiente quien te había escrito una tarjeta volvía a hacerte el día imposible. No significaban gran cosa...
Luego crecí -no demasiado, pero suficiente para que algunos ninyos me llamen de usted, horror!-, tuve mis parejas, y aunque nunca fui de grandes celebraciones por el catorce de febrero, sí que teníamos detalles, un dibujo, una nota, un e-mail especial... tonterías que dibujaban una sonrisa de más.
Hasta que hace unos anyos viví -vivimos- un momento especialmente duro, precisamente cuando se suponía que íbamos a tener un fin de semana de celebración y encuentro. En vez de eso, nos vimos con una relación rota entre las manos, a kilómetros de mi casa, con un fin de semana por delante para compartir con quien había decidido no ser más mi pareja. Dolió infinito y más. Cuesta arriba, más que cuesta arriba. Un trece, catorce y quince de febrero que pasaron, oscuros, a mi historia personal. El fin de semana más difícil del Universo Marvel. El fin de semana negro de la Tercera Edad, decíamos (ya lo he contado alguna vez por aquí).
Ahora eso ha quedado atrás, mi ex se ha convertido en mi amigo y tengo una relación distinta con él, pero enriquecedora también. Y hay otro ninyo de ojos brillantes que me acompanya en el camino... Pero también ha quedado atrás mi antigua capacidad de ilusionarme como una ninya chica, la inocencia del que vive las relaciones creyendo en los parasiempres... y los detalles del día de San Valentín, que es la más nimia de las cosas, pero me parece que es reflejo de lo anterior. Ahora apenas si celebro incluso los aniversarios... quizá por miedo a que esa fecha se marque demasiado en el calendario y se vuelva una trampa cuando ya no estemos juntos, como me pasó con el mes de marzo y sus fechas senyaladas.
Así que hoy siento, claro que siento, porque el corazón tiene una capacidad de regeneración que haría palidecer de envidia a las estrellas de mar. Y lo hago intensamente, porque supongo que no sé hacerlo de otra manera. Pero a veces me pregunto dónde se ha quedado mi ilusión, mi inocencia, mi romanticismo... no por el catorce de febrero, claro, sino en general; yo tenía detalles que ahora no tengo, y vivía las relaciones con un espíritu distinto que a veces echo en falta, también porque creo que la persona con la que hoy comparto mi vida no ha llegado a conocer a la Gacela que fui ayer... y me gustaría poder ofrecérsela. Pero supongo que el tiempo, irremediablemente, nos va cambiando, e imagino que en algunas cosas lo hace para mejor, aunque hayan partes nuestras que nos gusten y que se quedan por el camino.
[La imagen que encabeza este post es de la web de Be My Anti-Valentine, también desencantados del catorce de febrero. La próxima vez enlazo ANTES de San Valentín y no después... ;-) ¡es que este post sale con retraso!]
Luego crecí -no demasiado, pero suficiente para que algunos ninyos me llamen de usted, horror!-, tuve mis parejas, y aunque nunca fui de grandes celebraciones por el catorce de febrero, sí que teníamos detalles, un dibujo, una nota, un e-mail especial... tonterías que dibujaban una sonrisa de más.
Hasta que hace unos anyos viví -vivimos- un momento especialmente duro, precisamente cuando se suponía que íbamos a tener un fin de semana de celebración y encuentro. En vez de eso, nos vimos con una relación rota entre las manos, a kilómetros de mi casa, con un fin de semana por delante para compartir con quien había decidido no ser más mi pareja. Dolió infinito y más. Cuesta arriba, más que cuesta arriba. Un trece, catorce y quince de febrero que pasaron, oscuros, a mi historia personal. El fin de semana más difícil del Universo Marvel. El fin de semana negro de la Tercera Edad, decíamos (ya lo he contado alguna vez por aquí).
Ahora eso ha quedado atrás, mi ex se ha convertido en mi amigo y tengo una relación distinta con él, pero enriquecedora también. Y hay otro ninyo de ojos brillantes que me acompanya en el camino... Pero también ha quedado atrás mi antigua capacidad de ilusionarme como una ninya chica, la inocencia del que vive las relaciones creyendo en los parasiempres... y los detalles del día de San Valentín, que es la más nimia de las cosas, pero me parece que es reflejo de lo anterior. Ahora apenas si celebro incluso los aniversarios... quizá por miedo a que esa fecha se marque demasiado en el calendario y se vuelva una trampa cuando ya no estemos juntos, como me pasó con el mes de marzo y sus fechas senyaladas.
Así que hoy siento, claro que siento, porque el corazón tiene una capacidad de regeneración que haría palidecer de envidia a las estrellas de mar. Y lo hago intensamente, porque supongo que no sé hacerlo de otra manera. Pero a veces me pregunto dónde se ha quedado mi ilusión, mi inocencia, mi romanticismo... no por el catorce de febrero, claro, sino en general; yo tenía detalles que ahora no tengo, y vivía las relaciones con un espíritu distinto que a veces echo en falta, también porque creo que la persona con la que hoy comparto mi vida no ha llegado a conocer a la Gacela que fui ayer... y me gustaría poder ofrecérsela. Pero supongo que el tiempo, irremediablemente, nos va cambiando, e imagino que en algunas cosas lo hace para mejor, aunque hayan partes nuestras que nos gusten y que se quedan por el camino.
[La imagen que encabeza este post es de la web de Be My Anti-Valentine, también desencantados del catorce de febrero. La próxima vez enlazo ANTES de San Valentín y no después... ;-) ¡es que este post sale con retraso!]
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