Padre irrumpe con gesto brioso y mirada dichosa en mi habitación:
- ¡Ha vuelto!
- ¿Quién?
- ¿Quién va a ser? ¡Nuestra mascota!
Empezando a temerme lo peor titubeo:
- ¿No te referirás al bicho asqueroso que adoptaste el verano pasado, verdad?
- ¡No es ningún bicho asqueroso! Es un saltamontes. ¡Y está en la plantita donde siempre lo ponía! ¿Quieres verlo?
Lo acompaño al comedor donde, efectivamente, un bicho enorme y repugnante está posado sobre las hojas de una planta.
- ¿Cómo sabes que es el mismo?
- Qué cosas tienes ¡claro que es el mismo! Sólo que al pobre se le han churrascado las alas del frío del invierno...
- Que desagradable.
- Sí, es una lástima. Aunque también tiene sus ventajas ¿recuerdas que el año pasado había muchos días que no lo encontrábamos? Ahora se moverá menos.
Recordando la grima que pasé en aquellos días en que pensaba en encontrarme al saltamontes en cualquier lugar insospechado:
- ¿Y si lo barnizamos en la hoja? Así podrías verlo siempre. Localizado en todo momento.
- ¡Pero moriría!
- Es la idea
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