Sé que no es racional, pero no puedo pensar. No puedo-no puedo-no puedo. Bloqueo total.
Hay alguien que en este anyo ha dedicado mucho empenyo a hacerme danyo. Tal vez no tanto, y eso lo pienso porque una, tendente a pensar un poco en los demás, cree que hacer danyo de manera continuada, sostenida, creciente, requiere esfuerzos concretos dirigidos a ello. A mí no me sale solo, pero quizás a esa persona sí. Quizás no le cuesta ir desgarrando, quizás no le cuesta humillar, quizás las palabras como dagas que se clavan son las primeras que acuden a sus labios.
Es una persona con un inmenso poder sobre mí, que sé que dicen que yo se lo he dado, pero no sé cómo quitárselo. Es alguien que ha llenado de angustia tantas noches que no puedo contarlas, alguien que ha pronunciado frases que siguen dando tumbos en mi cabeza, aranyándome, alguien frente a quien no soy Nadie en absoluto. Me aterroriza, nadie me había hecho nunca tanto danyo y había seguido pateando cuando no quedaba nada que patear, nada más que una masa deshecha en el suelo. No sé dónde encontraba el placer, qué la seguía animando. Es la persona más cruel con la que me he encontrado, con una inmensa capacidad para golpear y seguir golpeando aunque sus nudillos estén desollados.
Ante sus ataques, me hice pequenya, diminuta. Reconocía mentiras en ellos y no fui capaz de defender mis verdades. Fui juzgada injustamente y no fui capaz de limpiar mi nombre. Chiquita y acuclillada en un rincón, sellé mis labios y huí de espacios que me pertenecían. Cedí terreno a cambio de paz y olvido, aun sabiendo que yo no iba -no podría- olvidar los ataques, la sangre derramándose, la herida abierta, la batalla perdida antes de comenzar. Pero necesitaba paz, necesitaba que su voz como punyal envenenado dejara de clavarse en mi cuerpo desnudo. Me rompía. Así que no me defendí, sólo me fui a mi rincón esperando que diera por ganada su guerra. Era la vencedora, de hecho.
Y al tiempo cesaron los mails, y empecé a poder respirar aunque fuera a pequenyas bocanadas. Y en meses -porque resituarme en el camino me tomó meses- me atreví a asomarme fuera y a dar algún paso -que no molestara, que no llamara la atención, que no la despertara otra vez, dispuesta a asestar un nuevo golpe-.
Hoy llama a mi puerta como un espejismo, aparece para irse sin que sepa su intención. Y el pánico me atenaza, el aire se me escapa, toda yo soy un temblor y corro dando traspiés a mi rincón, donde me tapo con el edredón y me pregunto qué he podido hacer. Las voces se desatan en mi cabeza, las mías y la suya por encima, repitiendo amenazas, castigos, sentencias por ejecutar. Sólo ha sabido hacerme danyo, destrozarme, acabar conmigo... y aun vuelve a por más? Qué más quiere?
No lo entiendo. Y como la Alicia del cuento, encojo hasta que casi no se me ve. Diminuto ser aterrorizado, en sus manos como ayer, esperando que no le dé por desmontar de nuevo el juguete y tirarle a la basura, roto e inservible. Manojo de nervios esperando la tormenta.
Hay alguien que en este anyo ha dedicado mucho empenyo a hacerme danyo. Tal vez no tanto, y eso lo pienso porque una, tendente a pensar un poco en los demás, cree que hacer danyo de manera continuada, sostenida, creciente, requiere esfuerzos concretos dirigidos a ello. A mí no me sale solo, pero quizás a esa persona sí. Quizás no le cuesta ir desgarrando, quizás no le cuesta humillar, quizás las palabras como dagas que se clavan son las primeras que acuden a sus labios.
Es una persona con un inmenso poder sobre mí, que sé que dicen que yo se lo he dado, pero no sé cómo quitárselo. Es alguien que ha llenado de angustia tantas noches que no puedo contarlas, alguien que ha pronunciado frases que siguen dando tumbos en mi cabeza, aranyándome, alguien frente a quien no soy Nadie en absoluto. Me aterroriza, nadie me había hecho nunca tanto danyo y había seguido pateando cuando no quedaba nada que patear, nada más que una masa deshecha en el suelo. No sé dónde encontraba el placer, qué la seguía animando. Es la persona más cruel con la que me he encontrado, con una inmensa capacidad para golpear y seguir golpeando aunque sus nudillos estén desollados.
Ante sus ataques, me hice pequenya, diminuta. Reconocía mentiras en ellos y no fui capaz de defender mis verdades. Fui juzgada injustamente y no fui capaz de limpiar mi nombre. Chiquita y acuclillada en un rincón, sellé mis labios y huí de espacios que me pertenecían. Cedí terreno a cambio de paz y olvido, aun sabiendo que yo no iba -no podría- olvidar los ataques, la sangre derramándose, la herida abierta, la batalla perdida antes de comenzar. Pero necesitaba paz, necesitaba que su voz como punyal envenenado dejara de clavarse en mi cuerpo desnudo. Me rompía. Así que no me defendí, sólo me fui a mi rincón esperando que diera por ganada su guerra. Era la vencedora, de hecho.
Y al tiempo cesaron los mails, y empecé a poder respirar aunque fuera a pequenyas bocanadas. Y en meses -porque resituarme en el camino me tomó meses- me atreví a asomarme fuera y a dar algún paso -que no molestara, que no llamara la atención, que no la despertara otra vez, dispuesta a asestar un nuevo golpe-.
Hoy llama a mi puerta como un espejismo, aparece para irse sin que sepa su intención. Y el pánico me atenaza, el aire se me escapa, toda yo soy un temblor y corro dando traspiés a mi rincón, donde me tapo con el edredón y me pregunto qué he podido hacer. Las voces se desatan en mi cabeza, las mías y la suya por encima, repitiendo amenazas, castigos, sentencias por ejecutar. Sólo ha sabido hacerme danyo, destrozarme, acabar conmigo... y aun vuelve a por más? Qué más quiere?
No lo entiendo. Y como la Alicia del cuento, encojo hasta que casi no se me ve. Diminuto ser aterrorizado, en sus manos como ayer, esperando que no le dé por desmontar de nuevo el juguete y tirarle a la basura, roto e inservible. Manojo de nervios esperando la tormenta.