Esta semana se ha cumplido un anyo desde que una persona querida tuvo que enfrentarse a la Muerte... y él, al que tanto le gustaba jugar, para esta partida tuvo toda la mala suerte que no había tenido hasta entonces (ya se sabe que la suerte no entiende de quién merece o no tenerla de su lado, ella no se casa con nadie, es volátil y arbitraria como el viento). Se fue, le arrancaron de cuajo de su espacio, le negaron un futuro.
Fue mi primera experiencia negativa con la Muerte... ver cómo se acercaba a alguien lleno de vida, que en absoluto la deseaba, que no había tenido tiempo suficiente aquí, con nosotros. Fue angustioso compartir con él (aunque no nos dejabas apenas, te acuerdas, cómo nos prohibiste ir a verte, cómo no querías empanyar el recuerdo que guardaríamos de ti...) la certeza de que no estaba preparado, no llegó a estarlo ni en sus últimos momentos de lucidez, cuando le preguntó a su madre si iba a morirse, asustado como un ninyo. Perra muerte injusta.
A mí me sorprendió la Muerte, tenía cierta seguridad de que todo saldría bien, pensaba quizás en la ninya que fui, en el apenas un metro de cría postrado en cama con un tumor en estadío tres y la manera en que salió adelante, pinchazo a pinchazo; quizás en lo resbaladiza que se muestra la Muerte en ocasiones de desesperación... no la sentí nunca acechante, y por eso me golpeó con más fuerza su llegada. Fue rápida, cuando los resultados indicaban mejorías aprovechó para saltar sobre él, ocupado en preparar las maletas para unas vacaciones que había tenido que posponer por el duro tratamiento...
...y tuvo que encontrarse, además, con médicos incompetentes -otra vez-, dándonos a alguien a quien poder maldecir. Aún hoy sigo pensando que el resultado podría haber sido diferente en otras manos, si la suerte no hubiera decidido serle tan esquiva.
Héctor se fue en el mes de noviembre del 2004. Llanto. Dolor. Mudez. Y pronto, ver de forma clara lo único que podía hacer, además de llorarle: recordarle. Desterrar esa mudez. No sellar los labios, seguir hablando de él, seguir recordando lo que hubiera hecho o dicho, lo que nos había dado, tenerle presente de alguna manera aunque eso ralentizara la cicatrización de la herida. No quería optar por el camino del silencio, del "calla, que duele". No quería que me quitaran lo que me quedaba de él.
Y es algo que he mantenido este anyo, y por eso se cuela en mi recuerdo de cuando en cuando, al escuchar los miedos de Frodo en su viaje, al oír la Marcha Imperial que anuncia la llegada de Vader, al intentar que salgan los cursos que hacemos en el trabajo, al releer algún mail suyo, de esos que tenían palabras de ánimo para nosotros cuando el enfermo era él... Sonrío pensando que entre sus últimas lecturas estuvo el libro de Buenos Presagios que le regalé junto con un punyado de sonrisas made in Pratchett, y no dejo de tener su imagen presente. Es mi manera de no dejarle ir.
Tenemos la suerte de cruzarnos de vez en cuando con gente especialmente valiosa, que se entrega y te aporta mundos, y lo mejor de todo es que esos encuentros nos cambian un poquito, nos hacen ser quienes somos hoy. Conocer a gente así es un regalo, y si por un extranyo sentido del humor de algún dios en el que no creo esas personas nos son arrebatadas, la única forma que tienen de seguir aquí es a través nuestro y de la huella que dejaron en nosotros, la única forma que tenemos de no perderles del todo es regar lo que nos han legado. Esa es la única arma que tenemos frente a una Muerte que se equivoca al leer sus relojes de arena.
(Otra variante de mi rechazo constante al olvido, como si de una forma femenina de Funes el Memorioso se tratase. La memoria es un depósito de basura, decía Borges... pero es la basura más preciada que tengo).
Fue mi primera experiencia negativa con la Muerte... ver cómo se acercaba a alguien lleno de vida, que en absoluto la deseaba, que no había tenido tiempo suficiente aquí, con nosotros. Fue angustioso compartir con él (aunque no nos dejabas apenas, te acuerdas, cómo nos prohibiste ir a verte, cómo no querías empanyar el recuerdo que guardaríamos de ti...) la certeza de que no estaba preparado, no llegó a estarlo ni en sus últimos momentos de lucidez, cuando le preguntó a su madre si iba a morirse, asustado como un ninyo. Perra muerte injusta.
A mí me sorprendió la Muerte, tenía cierta seguridad de que todo saldría bien, pensaba quizás en la ninya que fui, en el apenas un metro de cría postrado en cama con un tumor en estadío tres y la manera en que salió adelante, pinchazo a pinchazo; quizás en lo resbaladiza que se muestra la Muerte en ocasiones de desesperación... no la sentí nunca acechante, y por eso me golpeó con más fuerza su llegada. Fue rápida, cuando los resultados indicaban mejorías aprovechó para saltar sobre él, ocupado en preparar las maletas para unas vacaciones que había tenido que posponer por el duro tratamiento...
...y tuvo que encontrarse, además, con médicos incompetentes -otra vez-, dándonos a alguien a quien poder maldecir. Aún hoy sigo pensando que el resultado podría haber sido diferente en otras manos, si la suerte no hubiera decidido serle tan esquiva.
Héctor se fue en el mes de noviembre del 2004. Llanto. Dolor. Mudez. Y pronto, ver de forma clara lo único que podía hacer, además de llorarle: recordarle. Desterrar esa mudez. No sellar los labios, seguir hablando de él, seguir recordando lo que hubiera hecho o dicho, lo que nos había dado, tenerle presente de alguna manera aunque eso ralentizara la cicatrización de la herida. No quería optar por el camino del silencio, del "calla, que duele". No quería que me quitaran lo que me quedaba de él.
Y es algo que he mantenido este anyo, y por eso se cuela en mi recuerdo de cuando en cuando, al escuchar los miedos de Frodo en su viaje, al oír la Marcha Imperial que anuncia la llegada de Vader, al intentar que salgan los cursos que hacemos en el trabajo, al releer algún mail suyo, de esos que tenían palabras de ánimo para nosotros cuando el enfermo era él... Sonrío pensando que entre sus últimas lecturas estuvo el libro de Buenos Presagios que le regalé junto con un punyado de sonrisas made in Pratchett, y no dejo de tener su imagen presente. Es mi manera de no dejarle ir.
Tenemos la suerte de cruzarnos de vez en cuando con gente especialmente valiosa, que se entrega y te aporta mundos, y lo mejor de todo es que esos encuentros nos cambian un poquito, nos hacen ser quienes somos hoy. Conocer a gente así es un regalo, y si por un extranyo sentido del humor de algún dios en el que no creo esas personas nos son arrebatadas, la única forma que tienen de seguir aquí es a través nuestro y de la huella que dejaron en nosotros, la única forma que tenemos de no perderles del todo es regar lo que nos han legado. Esa es la única arma que tenemos frente a una Muerte que se equivoca al leer sus relojes de arena.
(Otra variante de mi rechazo constante al olvido, como si de una forma femenina de Funes el Memorioso se tratase. La memoria es un depósito de basura, decía Borges... pero es la basura más preciada que tengo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario