Puede ser que la vida te guíe hasta el Sol,
puede ser que el mar domine tus horas
o que toda tu risa le gane ese pulso al dolor...
Hace ya casi un mes que leí un post en el blog de Bereni-C que me inundó con su mar, y pensé en escribir éste. Pero como no soy de post diario ni mucho menos, y los caminos de mi cabecita loca son inescrutables, la cosa se ha alargado hasta hoy.
puede ser que el mar domine tus horas
o que toda tu risa le gane ese pulso al dolor...
Hace ya casi un mes que leí un post en el blog de Bereni-C que me inundó con su mar, y pensé en escribir éste. Pero como no soy de post diario ni mucho menos, y los caminos de mi cabecita loca son inescrutables, la cosa se ha alargado hasta hoy.
En realidad ya traje esta ciudad a mi espacio hace un tiempo. Supongo que tantas visitas, sonrisas, glühwein*, Beethoven, batidos ohne sahne Bitte**... se hicieron un lugar en mí, y lo tienen también aquí como reflejo. Y si ayer hablé de aquel jardín del elefante y los monjes, hoy traigo otro recuerdo. De la tarde en que descubrimos que nuestra pequenya ciudad alemana no tenía nada que envidiarle a cualquier ciudad costera, de esas que, melosas, se dejan lamer por las olas disfrutando del ir y venir. Bonn tiene mar. Y no me importa lo que digan los mapas... quizás no estén bien dibujados. O quien los trazó no supo encontrarlo.
Si vas a buscarlo, tienes que encontrar antes un ninyo pequenyo que seguramente se esconde en alguna parte de tu cabeza, sonriente, esperándote con paciencia, llamándote para que juegues con él. Y encontrar el lugar donde nace la risa, abrir el grifo allá en una de las paredes del estómago. Y la confianza en el otro. Y las ganas de sonyar y descubrir.
Como hacíamos nosotros, descubriéndonos mundos cada día, tú dibujándolos después y yo atrapándolos en palabras. Como hicimos aquella tarde de ojos vendados y caminos nuevos, de ir sin más rumbo que nuestros pies haciendo suya la ciudad desconocida, de manos que tanteaban las plantas, los muros de la pared, la estatua de Beethoven en el parque. Jugando a ser ciegos y ver a través del otro. Jugando a dejarnos llevar donde el otro quisiera, confiando absolutamente en él, a ciegas y sin miedo porque estábamos en sus manos y no había lugar más seguro. Y así, camino arriba y abajo, esto es una flor y esto parece hiedra, subo la cuesta de tu mano, la bajo, me estás haciendo dar vueltas sin sentido...
Era verdad, yo no conocía la ciudad y no sabía dónde estábamos pero jugaba a guiarte con mi mano, con mi voz, y te dejabas guiar; y yo sabía que tus ojos cerrados brillarían felices en cuanto los abrieras, y tu sonrisa iluminaba mis rincones y los alemanes con los que nos cruzábamos nos miraban con cara de reproche porque no entendían que fuéramos ninyos de veintitantos anyos, pero tú no los veías y yo sólo veía tu risa.
En ese sin rumbo caminamos y caminamos, ojos cerrados, fe ciega, cascadas de besos, derramando sonrisas. Y acabó sorprendiéndonos un olor que tuvimos que seguir, un olor a humedad salada, a arena, un olor que se escapaba de algún rincón de la imaginación y nos arrastraba a su paso.
Yo lo vi antes, con mis ojos abiertos... te guié hasta la orilla, todavía sin ver aunque ya se anunciaban las gaviotas. Nos sentamos juntos en la roca y ahí sí, miraste. Para encontrarte frente a un brazo desconocido del Rhin, enorme, inmenso, orilla de arena y gaviotas, sal en el aire. Me miraste -ojos tan brillantes como imaginaba- y me diste las gracias por haberte regalado el mar donde no pensabas encontrarlo. No hace falta mucho para saber que nos regalamos tantas cosas que no pensábamos encontrar...
Y ese recuerdo, que transcrito queda inevitablemente mucho más pobre de lo que fue porque no consigo volcar aquí la ternura de la tarde, los colores de las risas, la aventura a ciegas perdidos en una ciudad de sonidos raros... ese momento pasé a guardarlo en mi cajita de recuerdos-tesoro que calientan cuando hace frío. Ahí sigue, dando calor cuando el edredón no basta, acudiendo a mí cuando leo sobre mares encontrados de manera insospechada, trayendo de la mano la sonrisa que ahora mismo se dibuja en mis labios. Supongo que porque Muerte, de los Eternos, tenía razón, y "lo que ilumina todo son los momentos. Esos momentos que vives sin darte cuenta... son lo mejor de tu vida"***.
Hay un punto en Bonn donde acarician mar y gaviotas. Para llegar sólo hay que cerrar los ojos, confiar y abandonarse en una mano que te guíe, aunque ni ella misma conozca el camino. Y después... disfrutar del momento.
[*El Glühwein es algo como vino caliente al que se le anyade zumo, canela... y depende de la zona, más o menos cosas. El sabor recuerda a la sangría y se agradece muchísimo tomarlo caliente-caliente en medio del frío :-)
**Nadie sabe por qué los alemanes tienen la manía de echarle nata (sahne) a todo. Para mí fue básico aprender a decir "sin nata, por favor", y seguramente fue una de las frases que más repetí en ese país.
***Esto es una cita sacada del cómic "Lo mejor de tu vida", de Neil Gaiman, una de las miniseries posteriores a Sandman que tienen a Muerte como protagonista.]
La imagen que encabeza el post la encontré en ESTA GALERÍA
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