miércoles, 8 de noviembre de 2006

Cartas (S.O.S.)

Voy a recuperar la antigua costumbre de escribir cartas como las de antes, de esas con la letra redondeada en boli sobre papel (sé que quedaría más bucólico escribir con pluma, pero nunca aprendí a hacerlo sin emborronar media hoja con la tinta). Escribiré las cartas cuidadosamente, cuidando la caligrafía para que no me salga letra de médico incomprensible, que yo no tengo la excusa de haber hecho esa carrera (ejem... ni esa ni ninguna otra), doblaré cada papel en tres y los meteré en sobres americanos y estrechos. Iré al estanco de cerca de mi casa y sorprenderé a la estanquera pidiéndole, en vez del Metrobús de siempre, un puñado de sellos de los que ya no quiere nunca nadie porque hay mails, esemeses y demás zarandajas (nótese lo bien que suena la palabra zarandaja). Hasta postales virtuales de sitios donde nunca ha estado se manda ya la gente...

Localizaré un buzón de correos de los que ya nadie usa, porque sólo recibimos cartas de bancos y facturas de Telefónica, y ellos no entienden de buzones; y le alegraré la tarde dándole de comer unas cuantas cartas que un cartero irá repartiendo una tarde de éstas.

¿Para quién tanta carta? Bueno... hay varias. Si el cartero fuera sagaz como el de aquel cuento llamado La nariz de Moritz* quizá adivinaría alguno de los destinatarios o parte del contenido de alguna de las cartas. Sabría, por ejemplo, que hay una petición de ayuda al gremio de fontaneros, electricistas y obreros varios de Ankh Morpork, que tengo la sensación de que deben funcionar bastante mejor que sus homólogos de Madrid, que son bastante desastrosos y piensan dejar que me pudra en mi casa con goteras, cortocircuitos, paredes mojadas y cubos de agua llenándose inexorablemente, plic plic eterno que va a hacer que odie la lluvia, halógeno fundido en uno de los cortocircuitos y ordenador pidiendo que por favor deje de irse la luz y apagarse de golpe para que pueda seguir funcionando mínimamente, que apenas tiene un anyito de vida y es joven para morir.

Y sabría que, por si esa petición fallara, hay otra carta lacrada para el Gremio de Asesinos de la misma ciudad, para que le den un susto al presidente de la Comunidad que piensa que puedo estar mojándome eternamente, que no es motivo suficiente para arreglar el tejado. O al casero, que me cobra este mes lo mismo que el mes anterior -y no es poco-, cuando este mes tengo la mitad de luz y media casa mojada, sin que él se digne a arreglarlo.

Pero no son sólo esas las cartas que hay. Otra va dirigida a Venecia, al gondolero más guapo de toda la ciudad, dueño de una pequeña góndola cuidada con mimo hasta en el más nimio detalle. A él le pido que se traslade de los canales venecianos a mi casa una temporada, donde aunque tendremos dificultades para hacer los giros, en breve habrá agua suficiente para necesitar una barca, y sopesando posibilidades, he descartado canoas, piraguas y kayaks en favor de góndola con auténtico gondolero veneciano incluido. Yo prometo pagarle con la mejor de mis sonrisas y con una degustación exclusiva de mi estupenda y nunca suficientemente aclamada tortilla de patatas. Y mira, estaré perdiendo una casa, pero ganando un gondolero, y lo mismo compensa el cambio.


*La nariz de Moritz es un libro que leí de pequenya, de la colección naranja de El Barco de Vapor, que contaba la historia de un cartero con un sentido del olfato tan agudizado que olía las sensaciones que la gente había depositado en las cartas al escribirlas. De esta forma, sin abrirlas sabía si traían buenas o malas noticias... y el resto, en el cuento ;-)

No hay comentarios:

Publicar un comentario