A veces el destino se parece a una pequenya tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. (...)
Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena, e ir atravesándola paso a paso.
Me recuerda al poema de Kavafis, la ciudad irá en ti siempre, la ciudad es siempre la misma... No podemos despistar a la tormenta simplemente cambiando nuestro rumbo, porque la tormenta anida en nuestro interior. No podemos marcharnos lejos esperando deshacernos de nuestros demonios en una nueva ciudad, porque la ciudad va en nosotros siempre.
Sólo queda enfrentarnos a nuestra tormenta, a nuestros monstruos, a lo que se esconde en nuestro interior... desenvainar la espada y empunyarla fuerte mientras atravesamos la tormenta. Sin detenernos en las sillas que, peligrosas, nos inviten a sentar.
Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. (...) Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí que quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella.
Paso a paso, desgarrándonos si hace falta, pero seguir caminando. Como he escrito tantas veces, puede que sin rumbo... pero seguir caminando. Y en algún momento sentiremos que el viento amaina, que la tempestad toca a su fin, que los granos de arena dejan de ser aguijones en nuestra piel. Y puede que no reconozcamos como propia la fuerza que nos ha llevado a ganarle a la tormenta... pero ahí estaba, esperando a que decidiéramos plantarle cara en vez de huir.
[Las citas son extractos del libro Kafka en la orilla, de Haruki Murakami, mi última lectura. También hay una frase (casi) sacada de una canción de Silvio Rodríguez... sabes cuál?]
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