Me quedaría aquí para siempre
Y en un instante descubrió cómo sus pies se inmovilizaban, empezando a sentir un cosquilleo en la planta que se transformaba en dolor al notar cómo se agarraban al suelo, enraizando de forma irreversible, hundiéndose en la tierra, avanzando y ramificándose en el subsuelo. Horrorizado, trató de moverse sin conseguirlo, pies-raíces, hombre árbol, atado de por vida a su para siempre.
Te amaré siempre
Y tan pronto el siempre saltó de sus labios, se convirtió en cadena que se enroscó en torno a su cuello, primero suavemente, aferrándose luego con fuerza, quitándole poco a poco el aire, apretando hasta la asfixia, pulmones pidiendo auxilio, piel azulada, víctima de su propia promesa hambrienta.
Siempre podrás contar conmigo
Y ella, confiada por la promesa, se relajó, pensando que, como en el poema, podría contar no hasta dos o hasta diez, sino contar con él. Y funcionó un tiempo, hasta un día en que sus propios dedos no le bastaron para contar, y cuando acudió a las manos de su companyero, las encontró cerradas en punyo firmemente apretado, y ya no pudo contar más allá.
Nunca te haré sufrir, jamás te haré danyo
Y la promesa sobrevoló por encima de él hasta que, tiempo después, llegó la primera mirada-punyal, el primer silencio de hielo, los primeros ojos empanyados. Y la promesa se alejó junto con todas aquellas que se hacen y automáticamente se convierten en papel mojado, y aun así se siguen haciendo, y aun así, incluso, se siguen creyendo. Los parasiempre's, los nunca... y otra más:
Nadie más te querrá tanto como yo
Falso. Me querrán distinto igual que yo querré también diferente a como quise en el pasado, porque cada amor es único e irrepetible. Pero menos o más... eso es otra historia. Eso no lo sabes. Eso no lo sé.
[Y para curiosos, la raíz de este post está en otro que leí de la mano de Spica y en una frase de una canción de La Casa Azul. Y el poema al que me refiero es "Hagamos un trato", de Mario Benedetti]
Y en un instante descubrió cómo sus pies se inmovilizaban, empezando a sentir un cosquilleo en la planta que se transformaba en dolor al notar cómo se agarraban al suelo, enraizando de forma irreversible, hundiéndose en la tierra, avanzando y ramificándose en el subsuelo. Horrorizado, trató de moverse sin conseguirlo, pies-raíces, hombre árbol, atado de por vida a su para siempre.
Te amaré siempre
Y tan pronto el siempre saltó de sus labios, se convirtió en cadena que se enroscó en torno a su cuello, primero suavemente, aferrándose luego con fuerza, quitándole poco a poco el aire, apretando hasta la asfixia, pulmones pidiendo auxilio, piel azulada, víctima de su propia promesa hambrienta.
Siempre podrás contar conmigo
Y ella, confiada por la promesa, se relajó, pensando que, como en el poema, podría contar no hasta dos o hasta diez, sino contar con él. Y funcionó un tiempo, hasta un día en que sus propios dedos no le bastaron para contar, y cuando acudió a las manos de su companyero, las encontró cerradas en punyo firmemente apretado, y ya no pudo contar más allá.
Nunca te haré sufrir, jamás te haré danyo
Y la promesa sobrevoló por encima de él hasta que, tiempo después, llegó la primera mirada-punyal, el primer silencio de hielo, los primeros ojos empanyados. Y la promesa se alejó junto con todas aquellas que se hacen y automáticamente se convierten en papel mojado, y aun así se siguen haciendo, y aun así, incluso, se siguen creyendo. Los parasiempre's, los nunca... y otra más:
Nadie más te querrá tanto como yo
Falso. Me querrán distinto igual que yo querré también diferente a como quise en el pasado, porque cada amor es único e irrepetible. Pero menos o más... eso es otra historia. Eso no lo sabes. Eso no lo sé.
[Y para curiosos, la raíz de este post está en otro que leí de la mano de Spica y en una frase de una canción de La Casa Azul. Y el poema al que me refiero es "Hagamos un trato", de Mario Benedetti]
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