Llegó en medio de la tormenta, hizo suyo un claro del bosque y respiró profundamente. Pelo enmaranyado, revuelto, con reflejos de sol atrapados en él. Ojos miel que demasiadas veces miran sin ver, que ya ni se empanyan, que alguna vez has descubierto en sonrisa sin razón aparente.
Pero ahora nada de eso importa. Ha llegado Ella y se ha puesto de pie bajo la lluvia, los animales han hecho círculo alrededor, ha tomado aire... y ha sacado el instrumento.
Lo mima con ternura infinita. Lo cuida, lo limpia, lo acaricia. Una flauta travesera plateada que un día fue brillante. Algún rayo de sol esquiva las nubes y se refleja en ella, casi en arco iris.
Pone la boquilla bajo sus labios, exhala el aire contenido y se transforma. Sabes que las mariposas no pueden entrar en este bosque vallado y aún así las ves danzando alrededor de Ella, dibujando su silueta.
Y sigue lloviendo, y sigue la tormenta, pero los truenos se oyen en segundo plano, tras su música; y los rayos se confunden con focos que la iluminan. Ella cierra los ojos mientras toca y lleva el ritmo con el pie, improvisa las notas una tras otra, subiendo y bajando en cascada, y la música que se desliza cubre todo el Bosque, los animales salen de sus madrigueras a escuchar, los pájaros que normalmente pelean porque su canto se escuche por encima del resto permanecen en silencio, y hasta la lluvia parece que moje menos, como si la melodía que sale de su flauta fuera un manto de calidez protectora.
Durante unos minutos, olvidas que estás en un bosque cercado, recinto cerrado, y el agua que cae se confunde con riachuelo que fluye, y la tormenta importa menos. Durante unos minutos sólo hay música que fluye, Ella que brilla, reina de la orquesta, Diosa, suavidad de algodón, labios curvados en leves sonrisas que echabas de menos, lágrimas que se secan.
Son unos minutos. Al rato surgen esas voces antitodo que quieren dormir, que se quejan del escándalo o que prefieren las voces monocordes de la caja boba. Las que quieren que el bosque siga siendo Bosque. Ya se sabe que para los ojos demasiado acostumbrados a la oscuridad la luz es un arma que danya y genera rechazo.
Y Ella lo acepta con una sonrisa, da las gracias y guarda la flauta plateada en una caja donde no puede brillar. Los truenos vuelven al primer plano, la lluvia resulta molesta de nuevo, frío y silencio. Las mariposas imaginarias abandonan su danza y huyen. Ella se apaga. Yo también. Pero al día siguiente despistaremos de nuevo a la tormenta entre notas que resbalan de sus manos, iluminando el Bosque.
(A Verena, que no leerá esto, pero que ha traído pedacitos de luz a estos días en el Bosque)
[La imagen que encabeza el post es de la galería de Tabzy en Flickr, a la que puedes acceder AQUÍ. Merece la pena verla en grande. Ah... y ya estoy de vuelta]
Pero ahora nada de eso importa. Ha llegado Ella y se ha puesto de pie bajo la lluvia, los animales han hecho círculo alrededor, ha tomado aire... y ha sacado el instrumento.
Lo mima con ternura infinita. Lo cuida, lo limpia, lo acaricia. Una flauta travesera plateada que un día fue brillante. Algún rayo de sol esquiva las nubes y se refleja en ella, casi en arco iris.
Pone la boquilla bajo sus labios, exhala el aire contenido y se transforma. Sabes que las mariposas no pueden entrar en este bosque vallado y aún así las ves danzando alrededor de Ella, dibujando su silueta.
Y sigue lloviendo, y sigue la tormenta, pero los truenos se oyen en segundo plano, tras su música; y los rayos se confunden con focos que la iluminan. Ella cierra los ojos mientras toca y lleva el ritmo con el pie, improvisa las notas una tras otra, subiendo y bajando en cascada, y la música que se desliza cubre todo el Bosque, los animales salen de sus madrigueras a escuchar, los pájaros que normalmente pelean porque su canto se escuche por encima del resto permanecen en silencio, y hasta la lluvia parece que moje menos, como si la melodía que sale de su flauta fuera un manto de calidez protectora.
Durante unos minutos, olvidas que estás en un bosque cercado, recinto cerrado, y el agua que cae se confunde con riachuelo que fluye, y la tormenta importa menos. Durante unos minutos sólo hay música que fluye, Ella que brilla, reina de la orquesta, Diosa, suavidad de algodón, labios curvados en leves sonrisas que echabas de menos, lágrimas que se secan.
Son unos minutos. Al rato surgen esas voces antitodo que quieren dormir, que se quejan del escándalo o que prefieren las voces monocordes de la caja boba. Las que quieren que el bosque siga siendo Bosque. Ya se sabe que para los ojos demasiado acostumbrados a la oscuridad la luz es un arma que danya y genera rechazo.
Y Ella lo acepta con una sonrisa, da las gracias y guarda la flauta plateada en una caja donde no puede brillar. Los truenos vuelven al primer plano, la lluvia resulta molesta de nuevo, frío y silencio. Las mariposas imaginarias abandonan su danza y huyen. Ella se apaga. Yo también. Pero al día siguiente despistaremos de nuevo a la tormenta entre notas que resbalan de sus manos, iluminando el Bosque.
(A Verena, que no leerá esto, pero que ha traído pedacitos de luz a estos días en el Bosque)
[La imagen que encabeza el post es de la galería de Tabzy en Flickr, a la que puedes acceder AQUÍ. Merece la pena verla en grande. Ah... y ya estoy de vuelta]
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