Abro los ojos y descubro que es tardísimo.
Dentro de media hora Familia me espera en una brasería del centro para comer.
Maratón matutina (miento: no tan matutina, en realidad): recoger la cuadra, pasear a Perra-Foca, dar de comer al Pobre-Conejo, ducharme y vestirme.
Me mancho de grasa en las puertas del metro.
Las sandalias me hacen una rozadura camino del restaurante.
Tres cuartos de hora más tarde de lo previsto ( nefasta participación en mi maratón particular) llego a la brasería sin peinar, sin maquillar, con la camisa llena de grasa y cojeando.
Hermano intenta limpiar las manchas frotándolas con una servilleta empapada en tónica.
Cuñada intercambia conmigo las sandalias.
Padre dice que estoy preciosa.
Comemos mucha carne y brochetas de frutas con chocolate.
Bebemos varios chupitos y los chistes de Hermano nos hacen muchísima gracia.
Y yo, con el pelo aun enmarañado, las manchas extendidas por la camisa (la solución de la tónica no ha resultado todo lo efectiva que esperábamos) y las sandalias de vestir de Cuñada extrañamente combinadas con mis piratas vaqueros, me siento afortunada y feliz.
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