Nada es tuyo, nada es mío,
cómo repartimos los amigos,
cómo repartimos los recuerdos de este amor...
Hace unos días, contestando uno de esos memes, preguntaban por cinco lugares especiales. Los puse... e inevitablemente me dejé dos en el tintero, pensando que ya habría tiempo. Y hoy traigo uno de ellos, grande además, importante como pocos dentro de mí.
Moratalaz, al sur de Madrid pero dentro de la capital. Mucho más cerca de lo que pensaba la primera vez que me dijeron que habíamos quedado allí, yo sin haber ido nunca y sonándome lejos-lejísimos. Un barrio que se volvió refugio, punto de encuentro de cada viernes a la hora del café, vínculos fuertemente trenzados.
Hay pocos lugares especiales de por sí, la mayoría lo son por lo que simbolizan, por las vivencias asociadas, por las personas que lo componen... Moratalaz es cercanía y franqueza, sinceridad y risas, confianza y carinyo, cafés y charlas interminables, futbolín y máquina de buscar las diferencias, partidas eternas de Risk, películas malísimas alquiladas en el BlockBuster, cenas riquísimas hechas en diez minutos, salchichas al vino, exposiciones de fotos, partidas en la Play, anécdotas inacabables que sucedieron antes de que yo llegara y de las que me han hecho partícipe, fiestas de cumpleanyos, dormir abrazada por un ninyo con tatuajes, tequila y sal en el cuello, Nocheviejas en la Lonja, madrugadas acabando -insensatos- en el Silikona, tardes en las terrazas con tintos de verano que se multiplican, vasos vacíos sobre la mesa. Moratalaz es un grupo de gente que vale su peso en oro, de esa que es buena gente de por sí, que no tienen malicia, sin dobleces, sin segundas, que se dan, que están ahí. Es sentirme una más, por mí misma, construyendo mis propios vínculos mucho más allá de ser "la-novia-de". Es saber que lo conseguí, saberme querida incluso hoy, que al no ser más novia de nadie y haber levantadas tantas barreras que hay que ir saltando para no pisar los charcos, ver a MIS amigos es mucho más complicado. Es comprobar, como el otro fin de semana, que a pesar de las dificultades y de no estar todo lo cerca que sabíamos, que deberíamos... cuando nos juntamos no ha cambiado nada, y siguen fluyendo las risas, el carinyo, las complicidades. Que el vínculo sigue ahí, esperándome, como hacen todos los vínculos que se han tejido fuertes, que no hay que temer porque se deshagan ellos solos.
Dentro de la máquina de echar de menos que soy, les echo mucho de menos a ellos, extranyo mucho este barrio que sentí tan mío meses y meses, anyos. Una de las cosas que más me cuesta entender es que complicaras tanto las cosas, que por tus barreras y senyales de prohibido acabaran teniendo que elegir a quién veían (y no hubo elección, de hecho, yo me retiré, te cedí el que era ya mi espacio también, porque sí, porque no era justo para ellos andar con elecciones absurdas e innecesarias y porque además eran tus amigos aunque también lo fueran míos). Al final, para verles, casi siempre espero a que estés fuera de Madrid. Es de las cosas más injustas de esta historia... y si una de las mejores cosas que supiste hacer fue rodearte de un grupo de gente tan valiosa, mantente cerca, disfruta de ellos y que ellos disfruten de ti... pero yo también tengo derecho a proteger mi vínculo, el mismo que además me animaste tú a trenzar fuerte, seguro.
Pero al final encontramos la manera. Sobre todo con algunos con quienes las complicidades y el carinyo son innegables, pero en realidad con la mayoría: siempre acabamos encontrando caminos alternativos de acompanyarnos, de estar cerca, de saltar barreras. De hacer que Moratalaz no duela en el mapa -que ha dolido la ausencia, desgarrando hasta sangrar-, sino que haga nacer sonrisas, brillante, luminoso, cálido. Como ayer, como manyana.
cómo repartimos los amigos,
cómo repartimos los recuerdos de este amor...
Hace unos días, contestando uno de esos memes, preguntaban por cinco lugares especiales. Los puse... e inevitablemente me dejé dos en el tintero, pensando que ya habría tiempo. Y hoy traigo uno de ellos, grande además, importante como pocos dentro de mí.
Moratalaz, al sur de Madrid pero dentro de la capital. Mucho más cerca de lo que pensaba la primera vez que me dijeron que habíamos quedado allí, yo sin haber ido nunca y sonándome lejos-lejísimos. Un barrio que se volvió refugio, punto de encuentro de cada viernes a la hora del café, vínculos fuertemente trenzados.
Hay pocos lugares especiales de por sí, la mayoría lo son por lo que simbolizan, por las vivencias asociadas, por las personas que lo componen... Moratalaz es cercanía y franqueza, sinceridad y risas, confianza y carinyo, cafés y charlas interminables, futbolín y máquina de buscar las diferencias, partidas eternas de Risk, películas malísimas alquiladas en el BlockBuster, cenas riquísimas hechas en diez minutos, salchichas al vino, exposiciones de fotos, partidas en la Play, anécdotas inacabables que sucedieron antes de que yo llegara y de las que me han hecho partícipe, fiestas de cumpleanyos, dormir abrazada por un ninyo con tatuajes, tequila y sal en el cuello, Nocheviejas en la Lonja, madrugadas acabando -insensatos- en el Silikona, tardes en las terrazas con tintos de verano que se multiplican, vasos vacíos sobre la mesa. Moratalaz es un grupo de gente que vale su peso en oro, de esa que es buena gente de por sí, que no tienen malicia, sin dobleces, sin segundas, que se dan, que están ahí. Es sentirme una más, por mí misma, construyendo mis propios vínculos mucho más allá de ser "la-novia-de". Es saber que lo conseguí, saberme querida incluso hoy, que al no ser más novia de nadie y haber levantadas tantas barreras que hay que ir saltando para no pisar los charcos, ver a MIS amigos es mucho más complicado. Es comprobar, como el otro fin de semana, que a pesar de las dificultades y de no estar todo lo cerca que sabíamos, que deberíamos... cuando nos juntamos no ha cambiado nada, y siguen fluyendo las risas, el carinyo, las complicidades. Que el vínculo sigue ahí, esperándome, como hacen todos los vínculos que se han tejido fuertes, que no hay que temer porque se deshagan ellos solos.
Dentro de la máquina de echar de menos que soy, les echo mucho de menos a ellos, extranyo mucho este barrio que sentí tan mío meses y meses, anyos. Una de las cosas que más me cuesta entender es que complicaras tanto las cosas, que por tus barreras y senyales de prohibido acabaran teniendo que elegir a quién veían (y no hubo elección, de hecho, yo me retiré, te cedí el que era ya mi espacio también, porque sí, porque no era justo para ellos andar con elecciones absurdas e innecesarias y porque además eran tus amigos aunque también lo fueran míos). Al final, para verles, casi siempre espero a que estés fuera de Madrid. Es de las cosas más injustas de esta historia... y si una de las mejores cosas que supiste hacer fue rodearte de un grupo de gente tan valiosa, mantente cerca, disfruta de ellos y que ellos disfruten de ti... pero yo también tengo derecho a proteger mi vínculo, el mismo que además me animaste tú a trenzar fuerte, seguro.
Pero al final encontramos la manera. Sobre todo con algunos con quienes las complicidades y el carinyo son innegables, pero en realidad con la mayoría: siempre acabamos encontrando caminos alternativos de acompanyarnos, de estar cerca, de saltar barreras. De hacer que Moratalaz no duela en el mapa -que ha dolido la ausencia, desgarrando hasta sangrar-, sino que haga nacer sonrisas, brillante, luminoso, cálido. Como ayer, como manyana.
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