A veces imagino que, después de todo el tiempo y tantas cosas como han pasado, nos reencontramos y tenemos conversaciones francas, sin escondites, sin juegos, sin reproches, sin miedos. Momentos llenos de la complicidad de quienes han compartido mucho y se han querido por encima de distancias, de barreras que nosotros convertimos en oportunidades de crecer juntos, de volar juntos, de descubrirnos nuevos pedazos de cielo. Miradas llenas del carinyo que los dos nos seguimos teniendo, aunque no lo diga, aunque tú lo calles, carinyo en silencio y aún así se oye perfectamente.
A veces imagino que acabamos con los ahorasí-ahorano, con los tira y afloja, con los vete-y-ven; y que, tan sencillo y complicado, reaprendemos cómo estar cerca sin taparnos el camino el uno al otro, dejándonos andar en companyía de otras personas pero sin que éstas marquen cuándo y cómo tenemos que encontrarnos. E imagino que no nos sentimos responsables el uno del otro, ni víctimas ni verdugos, ya no más. Y que nos confiamos y nos contamos los miedos que tenemos, porque poca gente te conoce tan bien como yo te conozco, poca gente sabe tanto de mí como tú sabes.
A veces imagino, ninyo, que quedamos de nuevo en la fuente de Callao y que cuando me ves llegar nos sale una sonrisa a los dos a la vez, fuera máscaras, y que empezamos a hablar y al rato olvidamos qué son los relojes, y te cuento y me cuentas, y sonrío y sonríes, pregunto y respondes, preguntas, respondo... Y en algún momento de la conversación hablaríamos de este tiempo, de las ausencias impuestas o escogidas, de los danyos innecesarios y de los ataques permitidos, brazos cruzados y ojos que miran hacia otro lado a sabiendas de lo que sucede. Y tú dirías "lo siento" y yo diría "ya no importa", porque sería cierto, porque no quiero más reproches, porque un lo siento basta para perdonarte, porque seguramente ya lo he hecho hace tiempo. Y podríamos seguir desde ahí, los dos iguales, aprendiendo una manera nueva de acompanyarnos, de reconstruir nuestro vínculo, no el de ayer sino el de manyana, que es el que vale.
A veces imagino que después de tiempo de silencios, un día llamas contestando un correo electrónico con un chiste sobre esos alemanes que te tuvieron tanto tiempo de su lado, tan cívicos ellos, tan cabecicubos. Y que me pongo nerviosa porque hace tanto que no te oigo, y porque no estoy segura de qué quieres, si volver a poner senyales de prohibido pasar o quitar las que quedan (o ninguna de las dos opciones), y porque no sé si sabré hacerlo bien, si es el principio de la reconstrucción, o casualidad o un intento que puede que acabe en fracaso. Pero aún así imagino que llamas y, entre nervios compartidos, decidimos vernos, darnos una oportunidad de ser civilizados y de encontrar caminos que llevan escondiéndose de nuestros pies demasiados días, meses, estaciones enteras.
Y cuando creo en ti, en mí en nosotros... nos imagino capaces de hacerlo. Porque el carinyo tiene que pesar más, la ternura tiene que poder sobre el resto. Porque me es imposible no creer en ti, en mí, en nosotros... si no hoy, manyana, si no manyana, al otro.
A veces imagino, porque el primer paso para construir un futuro distinto del presente pasa siempre por haber sido capaz de imaginarlo. A veces imagino, ninyo, y busco un diente de león en cualquier parque, pido un deseo, soplo... y tú llamas.
A veces imagino que acabamos con los ahorasí-ahorano, con los tira y afloja, con los vete-y-ven; y que, tan sencillo y complicado, reaprendemos cómo estar cerca sin taparnos el camino el uno al otro, dejándonos andar en companyía de otras personas pero sin que éstas marquen cuándo y cómo tenemos que encontrarnos. E imagino que no nos sentimos responsables el uno del otro, ni víctimas ni verdugos, ya no más. Y que nos confiamos y nos contamos los miedos que tenemos, porque poca gente te conoce tan bien como yo te conozco, poca gente sabe tanto de mí como tú sabes.
A veces imagino, ninyo, que quedamos de nuevo en la fuente de Callao y que cuando me ves llegar nos sale una sonrisa a los dos a la vez, fuera máscaras, y que empezamos a hablar y al rato olvidamos qué son los relojes, y te cuento y me cuentas, y sonrío y sonríes, pregunto y respondes, preguntas, respondo... Y en algún momento de la conversación hablaríamos de este tiempo, de las ausencias impuestas o escogidas, de los danyos innecesarios y de los ataques permitidos, brazos cruzados y ojos que miran hacia otro lado a sabiendas de lo que sucede. Y tú dirías "lo siento" y yo diría "ya no importa", porque sería cierto, porque no quiero más reproches, porque un lo siento basta para perdonarte, porque seguramente ya lo he hecho hace tiempo. Y podríamos seguir desde ahí, los dos iguales, aprendiendo una manera nueva de acompanyarnos, de reconstruir nuestro vínculo, no el de ayer sino el de manyana, que es el que vale.
A veces imagino que después de tiempo de silencios, un día llamas contestando un correo electrónico con un chiste sobre esos alemanes que te tuvieron tanto tiempo de su lado, tan cívicos ellos, tan cabecicubos. Y que me pongo nerviosa porque hace tanto que no te oigo, y porque no estoy segura de qué quieres, si volver a poner senyales de prohibido pasar o quitar las que quedan (o ninguna de las dos opciones), y porque no sé si sabré hacerlo bien, si es el principio de la reconstrucción, o casualidad o un intento que puede que acabe en fracaso. Pero aún así imagino que llamas y, entre nervios compartidos, decidimos vernos, darnos una oportunidad de ser civilizados y de encontrar caminos que llevan escondiéndose de nuestros pies demasiados días, meses, estaciones enteras.
Y cuando creo en ti, en mí en nosotros... nos imagino capaces de hacerlo. Porque el carinyo tiene que pesar más, la ternura tiene que poder sobre el resto. Porque me es imposible no creer en ti, en mí, en nosotros... si no hoy, manyana, si no manyana, al otro.
A veces imagino, porque el primer paso para construir un futuro distinto del presente pasa siempre por haber sido capaz de imaginarlo. A veces imagino, ninyo, y busco un diente de león en cualquier parque, pido un deseo, soplo... y tú llamas.
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