1) Sus ojos brillantes que sonríen a la vez que sus labios, cálidos, tranquilizadores, en los que al reflejarme me veo más hermosa de lo que soy, sin duda... esos ojos.
a) Las noches sola en las que el suenyo no acude, y das vueltas y más vueltas en una cama demasiado fría, demasiado grande, demasiado triste.
2) Las tardes en el Retiro, cantando las canciones algún muchacho que se lanza con la guitarra, o sentándote a leer o escribir frente al Palacio de Cristal, acariciada por la brisa, oyendo el rumor del agua.
b) Los pensamientos desatados que me niegan un futuro, me niegan a mí misma, me hacen diminuta, atemorizada por eso que yo llamo voces de mi cabeza aunque no sean más que eso, pensamientos danyinos, asesinos, arrasándolo todo, pisoteando lo poco que haya podido construir.
3) Los fines de semana en tierras ajenas que siento un poco propias, tardes de Friends y trenzar y destrenzar el pelo largo de una buena amiga, cosquillitas suaves en los brazos, noches de baile, red bull y confidencias hasta más allá del amanecer.
c) Las ausencias que se superponen unas a otras, como si estuviera hecha para siempre echar de menos, para que cuando alguien vuelve otro se vaya, para nunca poder sentirme tranquila, para tener pedacitos de mí dispersos allá donde no llego, no alcanzo.
4) Las canyas bajo el sol, películas que valen la pena, serpentinas que sí son juguetes, guitarreos al aire y morritos cantando Extremoduro, un grupo de amigos con los que poder compartirse y ser una misma sin restricciones, pudiendo hacer todas las tonterías que se pasan por la cabeza sin pensar si son o no infantiles, si son o no graciosas... sólo dejándome ser, dejándome fluir, sabiendo que me quieren aun conociendo bastante bien cómo soy.
d) Las manyanas que me quedo sola en el trabajo, fuera del grupo, mientras ellos bajan a desayunar todos juntos, mientras ellos comparten momentos a los que soy ajena, castigada sin razones, sin saber el motivo siquiera, haciendo un vacío que se clava por dentro y desgarra las entranyas, transformándose en lágrimas en el banyo y oscuridad en la cabeza.
5) La reconstrucción de una relación que ayer lo fue casi todo para mí y hoy ocupa un lugar distinto pero muy importante. Saber que vamos reconfigurando el vínculo, de otra manera a como fue en el pasado pero cerca, que es lo que importa. Queriéndonos de otro modo, aprendiendo a acompanyarnos de otra forma. Cerca, como ayer, como manyana.
e) Las responsabilidades que me veo incapaz de asumir, el futuro que me siento incapaz de construir. Una casa que me engulle y luego eructa satisfecha, un dinero que nunca alcanza, otra casa por vender (¡ya, ya, corre, corre!), otra casa por comprar (¡vamos, vamos, rápido, rápido!) y ninguna a la que poder llamar hogar (¿por qué siento más hogares una casa en tierras valencianas o otra en Rivas que la mía propia?).
6) La pequenyaja que espera en la tripa de una amiga para llenar de calidez el próximo noviembre. Las ecografías, las discusiones entre risas sobre qué nombre dirá primero, las ganas de ser tía Gacela, las canciones por cantar, cuentos por contar, juegos que inventar. Su sonrisa sin dientes los primeros meses, los primeros dientes, abrazos, pasos. Estar cerca de todo eso.
f) Las discusiones que soy incapaz de mantener. Las posiciones que siempre cedo porque para qué, porque odio y temo que se enfaden conmigo, porque eso me hace más danyo que ninguna otra cosa. Las palabras que acabo tragándome porque no serviría de nada decirlas, la rabia que nunca suelto y que acabo comiéndome yo sola aunque se atraganta y cuesta respirar.
7) Los viajes en los que me escapo de todo, hasta de mí, y soy quien quiera ser allí lejos, descubriendo trocitos de mí que sin saberlo me esperan en Granada, Marruecos, Túnez, o más allá. Los recuerdos, las postales, los álbumes de fotos. Los olores, los colores, la fiesta de los sentidos, el baile de sensaciones.
g) La conciencia de que muchos de los monstruos que me acompanyan son crónicos, que saber convivir con ellos sin que mediaticen así mi vida es todo un mundo por aprender, que hay quien lo consigue y quien no, y acaba sentado en una silla a la orilla del camino, cansado de andar para nada, de intentar para acabar agotado y con los mismos monstruos internos por enfrentar veinte metros más allá. La sensación de que yo suelo estar más en el bando de los agotados que en el de los luchadores eternos.
8) Yo. Yo, que me emociono, disfruto y río en carcajadas con cualquier mínima cosa. Yo que vivo con una intensidad inusitada y por ello cuando me alzo, subo arriba, arriba rozando las nubes con los dedos, extendiendo mis alas y volando con los pájaros por vecinos. Yo que debo de tener algo valioso dentro cuando hay gente que a pesar de mis zonas gris oscuro casi negras, sigue a mi lado. Yo que tengo chispazos de felicidad en los que brillo e ilumino lo que hay a mi alrededor, contagiando de la risa. Yo, que puedo ser ingeniosa, divertida, tierna y dulce. Yo, la ninya.
h) Yo. Yo, que sufro, lloro, se me escapa el aire, también con cualquier mínima cosa. Yo que vivo con esa intensidad inusitada y por ello cuando me hundo, desciendo a mis Infiernos, quemándome con la lava, ensartándome en tridentes afilados, condenada sin fecha de salida. Yo que pierdo el control y me danyo, yo que me encierro y no abro las puertas a nadie, yo hecha ira y rabia y veneno que trago y vomito convertido en ácido que corroe mi piel. Yo, la bestia.
a) Las noches sola en las que el suenyo no acude, y das vueltas y más vueltas en una cama demasiado fría, demasiado grande, demasiado triste.
2) Las tardes en el Retiro, cantando las canciones algún muchacho que se lanza con la guitarra, o sentándote a leer o escribir frente al Palacio de Cristal, acariciada por la brisa, oyendo el rumor del agua.
b) Los pensamientos desatados que me niegan un futuro, me niegan a mí misma, me hacen diminuta, atemorizada por eso que yo llamo voces de mi cabeza aunque no sean más que eso, pensamientos danyinos, asesinos, arrasándolo todo, pisoteando lo poco que haya podido construir.
3) Los fines de semana en tierras ajenas que siento un poco propias, tardes de Friends y trenzar y destrenzar el pelo largo de una buena amiga, cosquillitas suaves en los brazos, noches de baile, red bull y confidencias hasta más allá del amanecer.
c) Las ausencias que se superponen unas a otras, como si estuviera hecha para siempre echar de menos, para que cuando alguien vuelve otro se vaya, para nunca poder sentirme tranquila, para tener pedacitos de mí dispersos allá donde no llego, no alcanzo.
4) Las canyas bajo el sol, películas que valen la pena, serpentinas que sí son juguetes, guitarreos al aire y morritos cantando Extremoduro, un grupo de amigos con los que poder compartirse y ser una misma sin restricciones, pudiendo hacer todas las tonterías que se pasan por la cabeza sin pensar si son o no infantiles, si son o no graciosas... sólo dejándome ser, dejándome fluir, sabiendo que me quieren aun conociendo bastante bien cómo soy.
d) Las manyanas que me quedo sola en el trabajo, fuera del grupo, mientras ellos bajan a desayunar todos juntos, mientras ellos comparten momentos a los que soy ajena, castigada sin razones, sin saber el motivo siquiera, haciendo un vacío que se clava por dentro y desgarra las entranyas, transformándose en lágrimas en el banyo y oscuridad en la cabeza.
5) La reconstrucción de una relación que ayer lo fue casi todo para mí y hoy ocupa un lugar distinto pero muy importante. Saber que vamos reconfigurando el vínculo, de otra manera a como fue en el pasado pero cerca, que es lo que importa. Queriéndonos de otro modo, aprendiendo a acompanyarnos de otra forma. Cerca, como ayer, como manyana.
e) Las responsabilidades que me veo incapaz de asumir, el futuro que me siento incapaz de construir. Una casa que me engulle y luego eructa satisfecha, un dinero que nunca alcanza, otra casa por vender (¡ya, ya, corre, corre!), otra casa por comprar (¡vamos, vamos, rápido, rápido!) y ninguna a la que poder llamar hogar (¿por qué siento más hogares una casa en tierras valencianas o otra en Rivas que la mía propia?).
6) La pequenyaja que espera en la tripa de una amiga para llenar de calidez el próximo noviembre. Las ecografías, las discusiones entre risas sobre qué nombre dirá primero, las ganas de ser tía Gacela, las canciones por cantar, cuentos por contar, juegos que inventar. Su sonrisa sin dientes los primeros meses, los primeros dientes, abrazos, pasos. Estar cerca de todo eso.
f) Las discusiones que soy incapaz de mantener. Las posiciones que siempre cedo porque para qué, porque odio y temo que se enfaden conmigo, porque eso me hace más danyo que ninguna otra cosa. Las palabras que acabo tragándome porque no serviría de nada decirlas, la rabia que nunca suelto y que acabo comiéndome yo sola aunque se atraganta y cuesta respirar.
7) Los viajes en los que me escapo de todo, hasta de mí, y soy quien quiera ser allí lejos, descubriendo trocitos de mí que sin saberlo me esperan en Granada, Marruecos, Túnez, o más allá. Los recuerdos, las postales, los álbumes de fotos. Los olores, los colores, la fiesta de los sentidos, el baile de sensaciones.
g) La conciencia de que muchos de los monstruos que me acompanyan son crónicos, que saber convivir con ellos sin que mediaticen así mi vida es todo un mundo por aprender, que hay quien lo consigue y quien no, y acaba sentado en una silla a la orilla del camino, cansado de andar para nada, de intentar para acabar agotado y con los mismos monstruos internos por enfrentar veinte metros más allá. La sensación de que yo suelo estar más en el bando de los agotados que en el de los luchadores eternos.
8) Yo. Yo, que me emociono, disfruto y río en carcajadas con cualquier mínima cosa. Yo que vivo con una intensidad inusitada y por ello cuando me alzo, subo arriba, arriba rozando las nubes con los dedos, extendiendo mis alas y volando con los pájaros por vecinos. Yo que debo de tener algo valioso dentro cuando hay gente que a pesar de mis zonas gris oscuro casi negras, sigue a mi lado. Yo que tengo chispazos de felicidad en los que brillo e ilumino lo que hay a mi alrededor, contagiando de la risa. Yo, que puedo ser ingeniosa, divertida, tierna y dulce. Yo, la ninya.
h) Yo. Yo, que sufro, lloro, se me escapa el aire, también con cualquier mínima cosa. Yo que vivo con esa intensidad inusitada y por ello cuando me hundo, desciendo a mis Infiernos, quemándome con la lava, ensartándome en tridentes afilados, condenada sin fecha de salida. Yo que pierdo el control y me danyo, yo que me encierro y no abro las puertas a nadie, yo hecha ira y rabia y veneno que trago y vomito convertido en ácido que corroe mi piel. Yo, la bestia.
Dos, dos hasta la saciedad.
Como en el munyeco, que de tanto no saber si reír o llorar... ríe y llora.
Como en el munyeco, que de tanto no saber si reír o llorar... ríe y llora.
[La imagen que encabeza este post es de la galería que Jessiqua tiene en flickr, a la que puedes acceder AQUÍ.]
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