A veces el sentirnos dolidos no nos deja ver lo importante. Pero eso no quiere decir que deje de serlo, que deje de ser lo que vale realmente.
Lo que importa no son los "empezó él, senyo", ni los "es que soy yo quien lleva razón", sea quien sea ese Yo. Lo importante tampoco es el tiempo invertido -nunca perdido- en arreglar las cosas, el mucho o poco tiempo de espera. Lo importante no son los silencios, o las ocasiones en que cedimos ni las ocasiones, que seguro que las hay, en que cedieron los demás.
Lo importante no es nunca blandir un orgullo intacto en medio de la isla desierta que nos hemos construido como residencia, porque el orgullo no calienta en la noche fría, ni da de comer ni hace sonreír.
Lo importante no es magnificar la frustración o impotencia que podamos sentir algunas veces, y si no podemos evitar inflarlas en ocasiones, al menos llenémoslas de helio para que podamos soltarlas después como los globos que se escapan de las manos y se pierden en el cielo.
Lo importante, ya digo, no es el cansancio o los errores, el orgullo o la frustración, la razón o el tiempo. Lo importante son los vínculos, los afectos, los lazos que nos unen a los demás y nos impiden estar solos. Saber cuidarlos y mantenerlos vivos, estar ahí, que estén ahí por nosotros... Lo importante es la cercanía, y que cuando esa cercanía no es del todo posible, porque toda relación tiene sus baches, sepamos que es una ausencia temporal y que seguiremos ahí cuando vuelvan a nosotros, y que si nosotros necesitamos irnos, también nos esperarán. Lo importante es que los vínculos que trencemos no sean cadenas ni argollas, pero sean fuertes y unan incluso en la distancia. Saberlos fuertes, reales, saber que tres tropiezos no los desintegran. Construir con palabras un puente indestructible, que decía Benedetti.
Y todo esto aunque a veces el sentirnos dolidos nos impida darnos cuenta, como venda en los ojos que no nos deja ver lo importante. Pero eso no quiere decir que lo importante deje de serlo...
Lo que importa no son los "empezó él, senyo", ni los "es que soy yo quien lleva razón", sea quien sea ese Yo. Lo importante tampoco es el tiempo invertido -nunca perdido- en arreglar las cosas, el mucho o poco tiempo de espera. Lo importante no son los silencios, o las ocasiones en que cedimos ni las ocasiones, que seguro que las hay, en que cedieron los demás.
Lo importante no es nunca blandir un orgullo intacto en medio de la isla desierta que nos hemos construido como residencia, porque el orgullo no calienta en la noche fría, ni da de comer ni hace sonreír.
Lo importante no es magnificar la frustración o impotencia que podamos sentir algunas veces, y si no podemos evitar inflarlas en ocasiones, al menos llenémoslas de helio para que podamos soltarlas después como los globos que se escapan de las manos y se pierden en el cielo.
Lo importante, ya digo, no es el cansancio o los errores, el orgullo o la frustración, la razón o el tiempo. Lo importante son los vínculos, los afectos, los lazos que nos unen a los demás y nos impiden estar solos. Saber cuidarlos y mantenerlos vivos, estar ahí, que estén ahí por nosotros... Lo importante es la cercanía, y que cuando esa cercanía no es del todo posible, porque toda relación tiene sus baches, sepamos que es una ausencia temporal y que seguiremos ahí cuando vuelvan a nosotros, y que si nosotros necesitamos irnos, también nos esperarán. Lo importante es que los vínculos que trencemos no sean cadenas ni argollas, pero sean fuertes y unan incluso en la distancia. Saberlos fuertes, reales, saber que tres tropiezos no los desintegran. Construir con palabras un puente indestructible, que decía Benedetti.
Y todo esto aunque a veces el sentirnos dolidos nos impida darnos cuenta, como venda en los ojos que no nos deja ver lo importante. Pero eso no quiere decir que lo importante deje de serlo...
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