Si pudiera, si supiera, a lo mejor sería una de esas ocasiones en las que me enfadaría. Porque a veces me canso de disculparme hasta la saciedad, de que cada pequenyo o gran error sea recordado en letras mayúsculas, de que parezca que nadie ha hecho tanto danyo como yo he podido causar -oh, drama-, y de que todo lo que intento hacer para paliarlo caiga en el abismo del gran saco sin fondo que nunca lleno. Yo sola no puedo deshacer la montanya que se ha construido granito a granito... yo sola no puedo.
Si no hay nada que pueda hacer, me gustaría saberlo para no perder mi tiempo en intentar arreglarlo. Y si hay algo que pueda hacer y no esté haciendo, me gustaría saberlo también para poder dedicar a ello mis energías cuanto antes.
Pero esta sensación es frustrante, me siento absolutamente impotente y estoy cansada de sentirme culpable sin saber del todo bien por qué.
Y esto liga, más allá de lo actual, con mi forma de ser. Mi forma de entender que los afectos están siempre por encima del orgullo, que casi siempre se puede ceder unos pasos si ese esfuerzo te va a acercar al otro, mi idea de que vale más aceptar una disculpa confiando en que sea sincera que quedarse permanentemente en guardia, o que siempre vale más reconocer un error que asumir una pérdida innecesaria.
Pero a veces... a veces me quedo con la sensación de que hago unos esfuerzos que no sé si los demás harían. Que cedo tanto que no sé qué me guardo para mí.
Y sobre todo, que no sé enfadarme, que sólo sé intentar hablar las cosas. Y sí, en teoría es la solución buena, el camino correcto porque la rabia sólo empantana las relaciones... pero casi, casi nunca me permito un arrebato, uno de esos arranques humanos que dicen que descargan y liberan tanto. Puedo contar con los dedos de una mano la gente que me ha visto realmente enfadada, en contadísimas ocasiones... no sé hacerlo bien, no sé liberar rabia en pequenyas dosis, no sé plantarme y decir un Basta ya que sería necesario alguna vez. Y al final esos enfados que no salen a la luz se crecen en mi interior, y la rabia acaba saliendo en cascada que me inunda en la soledad, escapando a mi control, descargada sobre mí.
Quizás si supiera enfadarme más con mi entorno, me enfadaría menos conmigo.
Quizás si el unicornio no tuviera que ser siempre entranyable, no se lanzaría al galope contra un muro hasta acabar sangrando cuando nadie le ve...
[La imagen que encabeza este post es Beauty & Beast, del artista Luke Chueh -de nuevo-, a cuya galería puedes acceder AQUÍ]
Si no hay nada que pueda hacer, me gustaría saberlo para no perder mi tiempo en intentar arreglarlo. Y si hay algo que pueda hacer y no esté haciendo, me gustaría saberlo también para poder dedicar a ello mis energías cuanto antes.
Pero esta sensación es frustrante, me siento absolutamente impotente y estoy cansada de sentirme culpable sin saber del todo bien por qué.
Y esto liga, más allá de lo actual, con mi forma de ser. Mi forma de entender que los afectos están siempre por encima del orgullo, que casi siempre se puede ceder unos pasos si ese esfuerzo te va a acercar al otro, mi idea de que vale más aceptar una disculpa confiando en que sea sincera que quedarse permanentemente en guardia, o que siempre vale más reconocer un error que asumir una pérdida innecesaria.
Pero a veces... a veces me quedo con la sensación de que hago unos esfuerzos que no sé si los demás harían. Que cedo tanto que no sé qué me guardo para mí.
Y sobre todo, que no sé enfadarme, que sólo sé intentar hablar las cosas. Y sí, en teoría es la solución buena, el camino correcto porque la rabia sólo empantana las relaciones... pero casi, casi nunca me permito un arrebato, uno de esos arranques humanos que dicen que descargan y liberan tanto. Puedo contar con los dedos de una mano la gente que me ha visto realmente enfadada, en contadísimas ocasiones... no sé hacerlo bien, no sé liberar rabia en pequenyas dosis, no sé plantarme y decir un Basta ya que sería necesario alguna vez. Y al final esos enfados que no salen a la luz se crecen en mi interior, y la rabia acaba saliendo en cascada que me inunda en la soledad, escapando a mi control, descargada sobre mí.
Quizás si supiera enfadarme más con mi entorno, me enfadaría menos conmigo.
Quizás si el unicornio no tuviera que ser siempre entranyable, no se lanzaría al galope contra un muro hasta acabar sangrando cuando nadie le ve...
[La imagen que encabeza este post es Beauty & Beast, del artista Luke Chueh -de nuevo-, a cuya galería puedes acceder AQUÍ]
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