jueves, 30 de noviembre de 2006

¿Qué esperas de mí?

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Yo no te pido
que me bajes una estrella azul
sólo te pido
que mi espacio llenes con tu luz...

Creo que fue ayer por la manyana cuando, hablando con alguien, me preguntó que qué esperaba yo de ella. Yo contesté, después de pensarlo, que no lo sabía, y ella me dijo que eso era una respuesta positiva porque le resultaría más difícil enfrentarse a una relación predefinida ya en mi cabeza que a la que fuéramos construyendo entre las dos paso a paso, sin planes.

Estuvimos hablando más y más -la verdad es que fue una de esas charlas que te aportan cosas, enriquecedoras-, y entre lo que hablamos surgió de nuevo la idea de lo que esperamos de los demás, de nuestros amigos, de la gente que nos rodea. De si eran mejores o perores amigos aquellos que tienen más detalles con nosotros, y de cómo funcionamos en nuestras relaciones con los demás. Es un tema interesante...

Yo estoy aprendiendo a respetar más a los demás en función de sus necesidaddes, y no sólo de las mías. Aprender que aunque a mí me gusta que la gente esté pendiente de mí, que los que me quieren estén cerquita... a veces la gente necesita sus espacios, sus tiempos, sus momentos, y que eso no les convierte en mejores ni peores, ni siquiera en mejores o peores amigos. Seguramente los dos tipos, los que están más encima y los que van más a su bola, estarán cerca cuando sientan que se les necesita realmente.

Además, está el hecho de que yo sé que estar cerca de mí en mis malas épocas no siempre es fácil, en realidad dista mucho de serlo. Que puede ser muy frustrante, que genero impotencia en mi entorno, que al final quemo y hay que distanciarse. Y estoy aprendiendo, con ello, dos cosas. Una, para la que me queda un buen camino todavía, que tengo que aprender a usar mejor mis dos manos y no tirar tanto de las de quienes me rodean... ser más autónoma, más independiente, más Yo, y tirar del carro con las fuerzas que tengo dentro, que son grandes en el fondo, si me esfuerzo. Y otra... que hay que respetar las decisiones que toman los otros, sus momentos más o menos largos de retiro, de respiro, de alejamiento para rehacerse. No toda la gente tiene el mismo aguante y quienes más te quieren a veces son quienes más sufren por verte mal, y quienes más se rompen contigo, quienes más empatizan. Y para tener relaciones sanas, hay que desterrar aquellas en las que, por ayudarte, al final acaban dos en un pozo en vez de uno.

Por todo esto que estoy diciendo, yo ya no espero que estén siempre conmigo, que me entiendan siempre, que estén cerca siempre. Hay luces que brillan incluso en la distancia, que se mantienen como puntitos de referencia para no perderse, allá lejos, donde necesitan estar temporalmente para cuidarse un poco, para no herirse conmigo... y que, al menos es lo que imagino, esperan allí hasta que puedan volver a acercarse o, más rehecha yo, más estabilizada, menos demandante, pueda acercarme yo hasta donde están ellos. Y creo que es el camino para establecer relaciones más sanas y que funcionen en dos sentidos, no únicamente recibiendo yo, ninya pequenya que necesita ser cuidada por múltiples mamás, sino relaciones adultas en las que a veces das y a veces recibes, y las dos personas se sienten por igual escuchadas y atendidas.

No podemos esperar que los demás cubran siempre nuestras necesidades, que se muevan en función de ellas. Nosotros somos quienes más podemos hacer por satisfacerlas, y también hay que aprender a vivir con algunas necesidades insatisfechas sin por ello venirse abajo. Y los demás nos aportarán más o menos cosas, su companyía, su conversación, sus ganas... pero no son nuestros brazos, y nosotros no somos bebés permanentemente necesitados de que alguien balancee nuestra cuna para poder conciliar el suenyo. O no debemos serlo, al menos, y si en alguna época nos sucede que no podemos evitarlo, no podemos tampoco imponérselo a los demás.

Es un largo camino, pero me gusta saber que lo estoy recorriendo...

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