miércoles, 15 de agosto de 2007

Mudanza

Como había empezado a contar en mi anterior post-melodrama, en unos quince días me cambio de casa. Digo adiós a las goteras perennes, al sofá cama eternamente abierto, a la cocina en una pared del salón, a la grieta en la pintura, al telefonillo para todos, a las escaleras del demonio.

Y me marcho a otro piso algo más grande (lo que no es difícil teniendo en cuenta el miniestudio en que he estado estos tres últimos anyos), con las paredes color pastel de las que hablaba hace mucho tiempo, cuando pensaba que las cosas serían distintas y que ésta sería una casa compartida con alguien que hoy está cerca, pero de otra manera. Y me intento dejar contagiar por la ilusión de quien hoy sí me acompanya, que tendrá en casa un cepillo de dientes y un cajón con algo de su ropa, para que sepa que es bien recibido en las noches que decida sustituir al peluche al que abrazo en la cama.

Hoy hemos subido a ver cómo habían dejado los pintores las paredes y el techo, y a hacernos una idea de los muebles... el sofá irá aquí, aquí cabe una estantería, aquí puedes poner la cómoda, y tender por esta ventana.

Luego hemos dado una vuelta por el barrio, manzana arriba, manzana abajo, por aquello de localizar supermercado cercano, frutería, farmacia, tiendas variadas... y a menos de cinco minutos de la casa están la Iglesia Adventista del Séptimo Día y un Convento de las Carmelitas Descalzas, viva y bravo. Sólo me falta una sinagoga y una mezquita en la misma manzana, y seguro que, otra cosa no, pero al menos mi alma estará salvada.

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