sábado, 25 de febrero de 2006

Carta a la ciencia


Querida doctora,

De sobra es conocida su docta sapiencia en lo que a tumores y otros pesares del alma y del corazón se refiere. Su fama es manifiesta en todos los confines del globo y la comunidad científica la avala con todos y cada uno de los constantes premios, reconocimientos y honores, - todos ellos sobradamente merecidos- con los que le dispensa y honra.

Yo padezco de un mal que, con lo dicho, confío usted identifique al instante. Es por este motivo y tras comprobar como mi desmerecido cuerpo no responde a ninguno de los repetidos tratamientos y fármacos a los que, cual conejillo de indias, estoy siendo sometido desde ya va para dos meses, por lo que me he atrevido a ponerme en contacto con usted, para dejar en sus manos mi sanación definitiva, o en el peor de los casos, una notable y duradera mejoría.

Perdone por tanto mi audacia al osar escribirle estas líneas, pensando que tamaña eminencia como usted, quizá pueda perder su valioso tiempo con un miserable paciente de la talla de un servidor. Pero el desconsuelo me embarga al ver como los síntomas de mi mal no sólo no remiten, sino que por el contrario, parece que se acrecentan por momentos. Créame por tanto si le digo que estoy desesperado. Ninguno de sus colegas a los que visité previamente dieron con la solución de mis penas, a pesar de que el diagnóstico coincide en todos por igual: “Tumor maligno del alma, con tupido enraizado en las paredes del corazón“. Pero no he encontrado a dos que comulguen con el mismo tratamiento. Así, mientras unos abogan por un tratamiento de shock, basándose en radiaciones permanentes y brutales de enfrentamiento ínter partes (o lo que según me explicaron quiere decir; mirar de frente y tratar de tú a tú a la célula cancerígena primigenia hasta, o bien conseguir domarla -dicho sea en términos científicos- o bien erradicarla del organismo); Otros sin embargo, defienden la teoría de que es mucho más aconsejable una desintoxicación paulatina, basada en grandes dosis de olvido y alejamiento sistemático, hasta conseguir que el cerebro se desprenda totalmente de la vertiente somática de mi mal. Ninguno de esos ilustres doctores compromete su prestigio asegurando el éxito definitivo, algo comprensible viendo los pobres avances logrados. Por ello, estoy hecho un verdadero embrollo.

Tratando de avanzarle alguna referencia de cuales son los síntomas de mi enfermedad -por si al final decide atender mi caso- con el ánimo de ser tan gráfico como me sea posible, le cuento, que estoy atravesando una fase de la afección de lo más extraña. Mientras durante muchas horas e incluso días, parece que la dolencia remite a pasos agigantados, de repente, cogiendo en franco descuido a mis defensas, el tumor se manifiesta con una virulencia brutal y despiadada y con una voracidad cruel y sanguinaria, noto como me devora las entrañas hasta dejarme a las puertas de la mayor de las ruinas que persona alguna haya visto jamás. No atiende a ningún patrón ni pauta comprensible, simplemente viene, ataca y, horas más tarde, desaparece dejándome entumecido y al borde del definitivo abandono.

Ante tal situación entenderá como me encuentro, ya no sólo en lo que al sufrimiento físico y mental se refiere, sino también, en cuanto a las repercusiones que en el ámbito familiar, laboral y de autoestima, el mal manifiesta.

Comienzo a pensar, doctora, que mi enfermedad carece de remedio conocido, que la ciencia, tan espectacular y ruidosa en otros campos, ha fallado estrepitosamente al tratar de encontrar la solución definitiva de este mal que, por lo que tengo entendido y siempre con dispares manifestaciones, es común entre los mortales hasta alcanzar a veces tintes epidémicos.

Querida doctora, en sus expertas manos me confío. La desesperación es tal, que le adelanto que jamás encontrará un paciente más disciplinado como yo y que sus consejos y curas, por amargas que éstas fueran, serán para mí puras órdenes.

Sin más, esperando que mi sincero dolor conmueva su conciencia, le haga perdonar mi osadía y descaro y, al mismo tiempo, la convenza para aceptar el reto de mi salvación, se despide de usted, su más ferviente admirador y amigo, que lo es.

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