lunes, 6 de febrero de 2006

De lágrimas y espadas

Una de las sensaciones que siempre llevo conmigo es la de tener que estar permanentemente en guardia. Controlando siempre los pensamientos para que no se alcen contra mí y tomen el fuerte, se hagan duenyos del castillo y depongan a mi parte lúcida y razonable. Atenta siempre a que la melancolía no rebose, se derrame, me inunde, me ahogue. Pendiente de mantener una voz en mi cabeza que acalle a las otras que siempre, siempre, susurran por lo bajo, y que sólo esperan su oportunidad de lanzarse a construir discursos enteros que me sepulten, perdida mi voz real entre tanto grito.

Es muy cansado, porque incluso cuando estoy disfrutando tengo esa musiquilla de fondo, y debo estar alerta. Una mano siempre cerca de la empunyadura de la espada por si hace falta desenvainarla. En guardia ninya, controla cielo, atenta pequenya, cuidado princesa. Siempre. Y agota.

Como es de esperar, al final siempre hay algún fallo. No te has dado cuenta y has mirado demasiadas fotos. Has recordado demasiado, o te has dejado llevar, o has pensado lo que no debías o te has dejado mecer por una canción que no tocaba, o te has distraído y has escuchado de nuevo la frase-punyal que nunca dejó de estar clavada, pero a veces obvias la herida abierta. No siempre es igual, podrías resumirlo en que a veces bajas la guardia un segundo y ahí estás. Cercada. Atrapada por una cabecita loca que no controlas. Tormenta y demonios. Lágrimas transparentes en el rostro, lágrimas encarnadas en el cuerpo. Voces. Te pierdes y te da miedo, te vas y te das miedo.

Pero a veces... es curioso, y no lo entiendes, y te asombra. Y es que a veces, cuando todo este proceso se ha desatado, cuando, insensata, bajaste la guardia sin darte cuenta y los lobos que albergas dentro saltaron sobre ti preparándose para el festín, y era demasiado tarde para encontrar tu espada, y te rendías a una noche de furia desatada, Bestia suelta, batalla perdida, pulmones sin aire, lágrimas rojas...

...a veces te encuentras con que cuando has cerrado los ojos para recibir el golpe, tu propio golpe, éste no llega. Y subes la mirada extranyada para ver una espada que brilla y que no es tuya. Y sigues el filo con la mirada y acaba en unas manos fuertes que la empunyan segura, y que tampoco te pertenecen. Porque no eres tú, sino alguien que ha decidido quedarse contigo esa noche, con tu Bestia, tus monstruos y tus demonios, y peleárselos aunque le sean ajenos. Y sus ojos dicen "hoy no estás sola, ninya, hoy me quedo contigo, hoy yo me peleo esto", y te llena de ternura porque ni siquiera sabe contra qué lucha, pero lucha porque te hace danyo. Y no entiendes, te asombra que prefiera quedarse con tu tormenta desatada antes que refugiarse en la calidez de su edredón, pero se está quedando. Aunque no entiendas. Aunque te asombre.

Cuando eras chiquita, en los tiempos de batas de médico y pasillos verdes, decían que eras una ninya valiente, pero siempre-siempre necesitabas un minuto en el que le pedías a mamá que te secara las lágrimas antes del pinchazo, antes de la anestesia, antes de lo que fuera. Hoy no lo pides, pero cuando alguien que te ve llorar te seca las lágrimas, es un regalo. Porque odias llorar, pero sobre todo odias llorar sola. Y tus monstruos te aterran, pero cuando se quedan contigo, parecen mucho más pequenyos.

Esta gente no suele ser consciente de lo valioso de su gesto, del tesoro de su companyía. Se escudan en los "es lo que haría cualquiera", cuando sabes que de cualquieras el mundo está lleno, y la gente que se pelea monstruos ajenos porque sí, sin estar obligado, sin pedir nada... se cuentan con los dedos de una mano. Pero seguramente, parte de lo especiales que son radica en que no saben que lo son.

Y este post que -marca de la casa- no termina nunca, es suyo, claro. De quien secó lágrimas, de quien se quedó conmigo. De la ninya valenciana que ha acompanyado tantas veces, sabiendo siempre como nadie frenar cualquier voz con la suya, infinitamente más poderosa. De la muchacha que nunca leerá esto y que aguantó una noche entera en Santander al pie del canyón. Del ninyo que aprendió a manejar la espada mejor que cualquier caballero, haciendo figuras en el aire, manteniendo a raya a cualquier demonio, aunque a veces le pesara tanto.

Y tuyo, claro.



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[La imagen que encabeza el post es de una Galería que encuentras AQUÍ. La canción, si he conseguido dominar a Castpost, es una Joya de Ismael Serrano llamada "No estarás sola", del disco de Los Paraísos Desiertos. Puedes ver la letra AQUÍ]

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