miércoles, 6 de mayo de 2009

La herencia

Sin darme yo cuenta, la primera primavera fuera del plañidero cobijo de mi madre, se puso en cierne. En aquella ciudad, hasta entonces penumbrosa, los días amanecían ahora luminosos y floridos. El barrio en donde Arturo y yo vivíamos cobró una inesperada y desconocida vida, que yo agradecía con el cascabeleo de una niña.
Tras dos años de relación a distancia, le insistí hasta que accedió a que viviéramos juntos. Dejé el pueblo y el trabajo en la cooperativa, y me fui tras él con el ánimo dispuesto y el gesto enamorado. Atrás quedaban sus mal disimuladas dudas, y las tres confesadas infidelidades que le perdoné sin preguntas ni reproches. Ahora parecía quererme de verdad, y a mí me bastaba para darle a cambio todo lo que me pidiese.
Sometida a aquella sensación de estar bien querida, renuncié por fin al legado de mi estirpe, y conseguí cicatrizar la dolosa herida que me había dejado la maldición que mi madre me echó al decirle que me marchaba, dejándola como la dejé, bajo las ruinas de su pasado imperfecto. Tú también te quedarás sola. Me dijo hiriente, mientras sujetaba con los labios un cigarrillo en equilibrio, y manoseaba nerviosa un vaso de whisky, haciendo que repiquetearan los cubitos. Y no tardarás en volver a mi lado. Sentenció.
Con los primeros compases del otoño, Arturo se marchó dejándome con dos meses de alquiler pendientes, y con un embarazo de quince semanas. Fui tras él. Le lloré. Le juré entregas imposibles y rendiciones eternas. Pero no volvió. Así que desde entonces, vivo rendida a la evidencia de estar estigmatizada por un destino reservado únicamente a las hembras de mi familia.
Sentada en el café del chaflán de la que fuera nuestra calle, espero que un taxi me lleve a la estación. Ha llegado a mis oídos que mi madre se muere de soledad, y por ello he decidido regresar al pueblo y soportar junto a ella la humillación por mi fracaso. Mientras tanto, una lluvia persistente se empeña en borrar las huellas de mi efímera felicidad empapándolo todo; la calle, el interior de este café, y mi rostro de mujer abandonada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario